Parte 1

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El camino hacia Ethonic era intrincado si no te acostumbrabas a los nombres de las calles rápidamente. En muchos casos si tomabas una calle equivocada podías ir a parar a una entrada de un hotel, o por suerte, a una farmacia. En ambas situaciones podía ser que esa no era la ruta deseada. Para Elisa estas complicaciones ya eran un mal menor. Las calles la conocían mejor que ella misma. No era la primera vez que ella transitaba por estos parajes siendo reconocida en donde quizás hubiera entregado un beso pasajero o quince minutos de sexo por gusto. No importaba la razón, siempre era lo mismo. Los hombres no dejaban espacio a la imaginación y todo lo habían soñado en sus pequeñas cabezas. Era increíble como una minifalda y un labial rojo inspiraba tanta lujuria.

-Es posible que nunca hayan visto porno los pobres; bastante falta que les haría- pensaba algo aburrida Elisa mientras seguía su ruta hacía el bar.

En Ethonic las horas más comunes para el flirteo eran entre las dos y las cuatro de la madrugada dependiendo de lo movida que estuviera la noche. Arturo, el cantinero, siempre estaba atento a los clientes de esta hora porque eran personas con dinero para despilfarrar y ganas de sexo en erupción. Esta noche no era la excepción. En una mesa de la esquina se encontraba un hombre moreno con un camisa a rayas que desde hace rato evitaba a las muchachas del local. Estaba esperando a alguien tranquilamente. Al llegar Elisa al lugar lo primero que tomó fue un pequeño vaso de la barra y se sirvió un trago de ron de poca monta para animarse.

-Hoy vienes algo alegre –comentó sonriente Arturo-. Parece ser que tienes clientes desde temprano Cintillos.

-No me parece extraño cariño, hoy es día de putería en todos lados y vos bien los sabes.

-Sí, tienes razón –aceptó Arturo señalando hacía la esquina del local-. Aunque hoy es particular. Parece que te esperan a ti.

-Exploremos el mar entonces, quizás hoy si encontremos peces buenos para fumar.

Acto seguido Elisa tomó su pequeño bolso y saco un cintillo de color negro con unas estrellas rojas tejidas para ponérselo en el cuello. Era una vieja costumbre del oficio que había aprendido cuando joven gracias a su amiga Antonella. Ella le había mostrado cuando tenía 15 años como poniéndose un cintillo en el cuello podía atraer a ciertos hombres sin tener que hablarles. Antonella decía que un hombre por más despistado que pueda ser, no podía evitar ver a una mujer con un cintillo en el cuello. Elisa en algunos casos especiales se colocaba dos cintillos: uno para el cuello y otro para el cabello. Le daba un pequeño toque infantil, de colegiala, que le gustaba lucir cuando veía hombres de talante tímido, introvertidos.

El hombre en la esquina no había hecho ningún gesto cuando Elisa había llegado al local y ahora no le quitaba un ojo de encima. Parecía entregado a sus cavilaciones con ella sin dejar espacio a más nada. Siendo un poco más realistas: la estaba desnudando con cada parpadeo. Esto para Elisa no era una ofensa y por el contrario era una invitación a conversar en términos muy agradables.

Las mesas que estaban en el centro del bar tenían cada una mujer y un hombre tomando cerveza o fumando un cigarrillo. En unos pequeños sofás se encontraban dos hombres y una mujer con un vestido descotado que fumaba pasivamente mientras uno de los hombres le tocaba una de las piernas. En la mesa de billar se encontraban dos chicas con tatuajes en las piernas y piercings en los ombligos. Cerca de la Jukebox un hombre contaba dinero mientras del baño salían pequeño sonidos ahogados. Al fondo en el rincón estaba el personaje, esperando.

Cuando llego hasta él, Elisa lo primero que hizo fue prender un cigarrillo y acto seguido cruzó las piernas al sentarse.

-Me han dicho que rechazas a mis compañeras –comentó exhalando un poco de humo.

-No son el tipo de mujer que busco –tomó su cerveza por la punta y bebió un sorbo-. Muchas de ellas conocen este negocio pero no lo disfrutan. Eso no me parece excitante.

-Excitante dices –Tornó su cuerpo hacia el de él mirándolo fijamente-, ¿Qué es para ti excitante mi pequeño hércules?

-Una mujer con pecados. Eso es para mí excitante

-Interesante, sinceramente interesante –Elisa conocía hacia donde se dirigían este tipo de hombres y quería probar si este iba por el mismo rumbo-. Entonces te gustan mujeres con pecados. ¿Y de que pecados estamos hablando?

-Lujuria y perversión. Uno por ser moralmente incorrecto y el otro por ser innato en una mujer que sabe los placeres del delito amoroso.

-No me parece que ambos sean una mezcla común en las mujeres, ¿cómo sabe usted cuando una mujer cumple esas reglas suyas?

-No lo sé, ahí está el atractivo de descubrir a una mujer en las horas de la noche –el hombre tomó una pequeña tarjeta de la chaqueta que tenía en su silla y se lo entrego a Elisa mientras miraba los cintillos-. ¿Es usted mi bella mujer, aficionada a los collares o, por el contrario, solo a los cintillos?

-Soy mujer de gustos sencillos si es lo que desea saber –dijo esto tomando la tarjeta y guardándola en su pequeño escote-.He descubierto en los confines de este negocio que en los momentos más presurosos del amor, muchas cosas sobran y otras tantas faltan.

-En ese caso, ¿Me aceptaría una invitación a jugar billar? Me parece que esta noche no tengo intención de invitarla a hacer simple sexo, una mujer predispuesta al relincho no cabalga de la misma manera si se le advierte.

-Cuanta seguridad al creer que le aceptaría la invitación para acostarme con usted –Elisa miraba el baño tratando de percibir algún sonido que llevará a descubrir si aún jugaban allí dentro-. Por el contrario esta noche estoy dispuesta a otros juegos y, por qué no, algo de billar no cae mal aunque no aquí.

Sin hacer ningún gesto más Elisa se levantó de su silla y se dirigió a la barra donde estaba Arturo. Este al verla buscó debajo del mostrador algo y le entregó una pequeña chaqueta de cuero rojo. Arturo conocía estas andanzas de Elisa desde hace más de diez años y no podía como menos ser su cómplice.

-Sabes Elisa, desde que te vi la primera vez en estas tretas pensé que eras una inexperta; y parece que sigo equivocándome. –En ese instante el hombre de camisa a rayas estaba tomando sus cosas de la mesa y preparándose para levantarse-. Así que vuelve antes de las cinco, quizás por esos tiempos un buen ron te caiga bien.

-Eres una belleza Arturo, aunque quizás esta noche no vuelva. Solo quizás...

La chica del cintillo negroWhere stories live. Discover now