Capítulo Siete.

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La mayor parte de todas las decoraciones habían sido previamente elegidas para organizarse en el salón de baile de la mansión. El vestido de Isabella se terminó de confeccionar ayer mismo, a solicitud de Gabrielle qué pidió el elegante vestido en un tono violeta brillante, eso haría resaltar los rasgos de la joven debutante. Las flores llegarían mañana por la mañana para que pudieran ser cubiertas de aceite y conservaran una apariencia fresca.

Los alimentos y bebidas fueron elegidas por Caroline, al día siguiente todo sería cocinado para el disfrute de los invitados del baile. Ni el duque o su madre se limitaron en presupuesto para invertir en la fiesta, querían dar la mejor impresión posible, querían que un matrimonio con Isabella fuera lo suficientemente atractivo para tentar a buenos negociantes.

La verdad de toda la situación fuese dicha, tenía tanto que decir y por alguna extraña razón no podía sacar de su pecho todas sus preocupaciones con su mejor amiga.

Sus pesadillas empeoraban cada día más. Se volvían más retorcidas, más vívidas. A veces sentía que esa voz misteriosa la atormentaba no desde las sombras, si no de la luz frente a sus ojos.
¡Pero no podía recordar o conectar nada! Es como si su cerebro bloqueará todo lo demás.

Trataba de distraerse con los preparativos, pero no tuvo mucha suerte.
Gabrielle simplemente efectuó su colaboración en silencio, sin hacer demasiado escándalo acerca de la fiesta pues muy convencida no estaba.
Ella se limitó a ayudar en la reorganización de la sala de bailes qué llevaba años desatendida, Albert jamás se dignó a ofrecer una velada después de su primer matrimonio. Según él, a un duque debían de servirle, no servir a nadie.

La casa estaba reluciente, habían colgado del techo unas enormes y brillantes arañas de cristal del techo.

Todo lucía como una escena conmovedora. Excepto qué su ánimo no hacía más que oscurecer a medida que los días avanzaron.
Mañana sería el baile de presentación, un evento en el que ni siquiera estaba de acuerdo.

Ni la cena de cumpleaños con su familia y amigos lograron reconfortarla. Esa noche no la disfrutó en absoluto, pero deseaba darle alegría su madre.

—¿No son hermosos los colores, Gabrielle? —Isabella volvió a mostrarle los delicados polvos para el rostro—, jamás me había puesto maquillaje, me ayudarás, ¿cierto?

—Por supuesto, linda.

—No puedo creer que al fin podré asistir a bailes y conocer a caballeros encantadores —La mirada soñadora de la joven le trajo una sonrisa melancólica.

Ella alguna vez fue de esa forma. Encandilada por los halagos y zalamerías que una joven tan romántica como ella e Isabella disfrutaban tanto. Sobretodo durante su primer compromiso, creyó ciegamente que sería feliz, una tragedia lo que sucedió con ese joven.
Aunque ya nada de eso era relevante. Aprendió desde hace mucho que no era bueno anhelar el pasado pues solo causa que las tristezas se evoquen.

Ahora, contando con Benjamin que, a pesar de haberlo obligado a volver a su hogar, seguía siendo igual o incluso más estoico con su pobre madre.
¿Qué sucedió con él?

Al menos no la había dejado fuera de las investigación para encontrar al misterioso hermano perdido, a lo largo de la semana tuvo una serie de reuniones con él y el señor Holland, quién se mostraba callado en su presencia.
Parecía un niño intimidado, y la expresión turbada del hombre casi siempre le sacaba una sonrisa de diversión, pues sospechaba el motivo de su incomodidad.

—Ya verás que todos van a amarte, Isabella, serás la mujer más hermosa de la fiesta —aseguró, acariciando su cabello cobrizo.

—¿Estarás conmigo? Temo hacer algo incorrecto, todo tiene que ser perfecto mañana —Saltó de la cama directo a su tocador, cuando volvió a su lado portaba una caja aterciopelada—. ¡Oh, Gabrielle, mira! William me dijo que no podía usar joyas aún, pero me obsequió éste encantador broche.

Razones para amarte W1Where stories live. Discover now