Día 3

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Raoul quiere esperar hasta que llegue Agoney a casa, porque quizás necesita un abrazo. Uno de esos tantos que le reconfortan y lo mantienen en calma, desde siempre. Sus sollozos sobre la almohada se vuelven poco a poco más inaudibles y sus ojos pesan conforme pasan los minutos.

No para de darle vueltas a la cabeza, sin embargo. En todos los momentos que poco a poco están reviviendo de sus cenizas, ya que Raoul se había encargado de quemarlos. Lo bueno que siempre fue Agoney con él, lo rápido que encajaron, lo fácil que era estar a su lado, el calor que envolvía a su estómago cada vez que le sonreía de esa manera, la forma de la que le miraba siempre (como si la opinión de Raoul fuera lo más importante, lo que tenía que decir y lo que sentía al respecto de, bueno, de todo), la manera de controlar su mala hostia, cómo se fue enamorando de él poquito a poco (a pesar de luchar contra el sentimiento).

Pero también se acuerda de los chicos con los que se lió Agoney delante de él, con los que le contaba tras una noche de fiesta, con sus enamoramientos fugaces, con el distanciamiento desde que empezó con Kevin, con las discusiones, con los abrazos que ya no estaban o con la falta de esas miradas que le pedían hablar y que, entonces, le mandaban callar. Recuerda cómo el sentimiento de calor de su estómago pasaba de ser agradable a ser furia, no sabe ya si con Agoney o consigo mismo, por ser ese estúpido que se enamora de su mejor amigo. Y dejó de enamorarse, quizás como mecanismo para dejar de sentir ese dolor.

Y no sabe si borró ese sentimiento o solo dejó de enamorarse más.

Y Raoul supone que esperar un abrazo de alguien que es el que provoca que lo necesites, no es buena idea. Así que se queda dormido antes de que Agoney llegue.

Sin embargo, se vuelve a despertar cuando oye la puerta principal cerrarse con fuerza. Incorpora su torso de la cama con un suspiro ahogado y se lleva la mano al corazón, que late con rapidez. Mira hacia la puerta y ve a Agoney entrar por la puerta de la habitación dando pasos un poco despistados. Raoul se gira hacia la mesilla y ve que son las cinco de la mañana; han pasado cinco horas y media desde que él llegó a casa.

—¿Estás bien?

Agoney mira al colchón hinchable durante unos segundos y después sus ojos bailan entre ambas camas, con una sonrisa socarrona en los labios, las mejillas sonrojadas y los ojos brillantes. Raoul lo observa y se da cuenta de lo perdida que está su mirada, lo que provoca un sentimiento receloso en su estómago, porque no sabe lo que significa.

Raoul se incorpora hacia adelante, arropando sus piernas con ambos brazos y observando cómo el rizado se balancea en su sitio, fracasando en el intento de quedarse quieto.

—Me convencieron. —Agoney suena un poco borracho y Raoul se ríe cuando se da cuenta de que apenas puede abrir los ojos.

—¿Estás borracho? —Raoul sonríe.

—Un poco. —Agoney se lleva la mano a la cabeza y parece que se marea—. O mucho.

—Ven aquí. —Raoul palpa la cama, a su derecha—. Te duele la espalda y estás borracho. Dormirás aquí. Yo dormiré en ese colchón.

—No. —Agoney se acerca y se sienta al lado de Raoul, observándolo—. Dormirás conmigo. No puedo negarme a dormir en esta cama porque tengo que ir a trabajar a las siete y... —Agoney abre mucho los ojos y se echa hacia delante—. Mierda, me había olvidado de que tenía que trabajar mañana. —Agoney se tumba en la cama—. ¿Cuánto tiempo tengo para dormir?

—Unas dos horas. —Raoul se ríe y se tumba a su lado—. ¿Necesitas algo?

—Que no te vayas a dormir a ese colchón de mierda. —El rizado saca las manos de su rostro para ver a Raoul—. Un vaso de agua también estaría bien.

Cinco días || RagoneyWhere stories live. Discover now