Paz

2.5K 311 131
                                    

Los años pasaron, las aldeas crecieron y poco a poco el mundo ninja empezó a volverse pacifico.

Por las concurridas calles se paseaba un joven de ojos violetas, resaltaba entre la multitud no solo por su vestimenta elegante, si no también por su particular anillo, que era de diamante negro. 

El chico parecía estar de buen humor, hasta que una insistente voz lo puso alerta. 

-¡Hideki-sama, Hideki-sama por favor espere!- esos gritos detuvieron los pasos del jashinista. 

-¿Que carajos quieres?- se dio la vuelta para ver cómo un hombre le extendía una carpeta llena de papeles.  

-¿Podría entregarles estos documentos a Taro-sama?- 

-Pues si no tengo otra opción- contesto el fanático, arrebatandole la carpeta para ir directo a su casa. 

Al creyente en serio le molestaba su nuevo nombre, pero Kakuzu le había explicado de mil formas que era la mejor opción para evitar problemas, ya que su pasado podría encontrarlos. 

Tras varios minutos Hidan llegó a su hogar, abriendo la puerta de tal modo que provocó un gran escándalo. 

-¡Cariño, estoy en casa!- gritó el menor de forma juguetona, mientras tomaba asiento en la sala. 

Por las escaleras comenzó a bajar cierto hombre de ojos verdes y piel morena. 

-¿Qué haces aquí tan temprano?, pensé que irías de compras- señaló Kakuzu terminando de bajar los escalones. 

-Ese era el plan, pero uno de tus subordinados me pidió que te trajera esto, oh gran Taro-sama- dijo Hidan de forma burlona. 

El mayor se acercó al creyente para quitarle de una vez sus pertenencias. 

-¿No pudiste escoger un mejor nombre?, siento que hablo con una estatua- comentó Hidan, molestando a su pareja. 

-El tuyo no es mejor- se defendió Kakuzu dejando a un lado aquellos papeles. 

Una sonrisa se formó en la cara del menor, siempre era divertido hacer enojar al moreno.  

-He escuchado rumores, sobre nuestros viejos compañeros- dijo Hidan desviando la mirada. 

-¿Cómo cuales?- 

-Según esto todas las marionetas de Sasori fueron llevadas a la aldea de la arena. la espada de Kisame ahora sirve y protege al jinchuriki del Hachibi, los restos de Itachi fueron trasladados a Konoha para darle una apropiada sepultura y para la suerte de nuestra rubia, esa gran explosión que provocó, se volvió un sitio muy famosos y visitado- 

Kakuzu al percibir aquel tono de voz tan apagado, se colocó al lado de su fanático y con calma lo tomó de la mano. 

-Hidan, yo también los extraño- admitió el moreno sintiendo mucha nostalgia. 

-¿Quién dice que los extraño?- el jashinista quería aparentar fortaleza, pero Kakuzu lo conocía demasiado bien. 

-Se que ellos fueron tus mejores amigos, los únicos en los que realmente llegaste a confiar, tanto, que durante todos estos años les has rezado justo en el día que abandonaron este mundo- 

El creyente se tenso al ser descubierto. 

-¿O me equivoco, Hideki?- 

-¡Ya cierra la boca pagano hijo de- pero el chico de los rituales fue silenciado por un apasionado beso que no dudo en corresponder. 

Una vez que se separaron, Hidan junto su frente con la del moreno. 

-No puedo creer que me casé con un tipo como tú- 

-Eso debería decirlo yo- Kakuzu observaba aquellos ojos tan intensos. 

El fanático sonrió, jamás se arrepentiria de sus desiciones en la vida y más aquella que le permitió pasar el resto de la eternidad juntos a su amado. 







Fin.

Kakuhidan "la inmortalidad también es una maldición" Where stories live. Discover now