Capítulo I

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Corría, no paraba, solo pensaba en correr. Sus piernas eran diminutas, en ese momento Yamaguchi no era más que un ratón pero eso le daba una ventaja enorme frente a los guardias.

Toda su vida había malvivido escondiéndose, sabiendo que de una forma u otra llegara el día en que alguien quisiera aprovecharse de su habilidad. Y ese día llegó tres semanas atrás, o tal vez habían sido cuatro, cuando unos siervos de La Corte Real le habían emboscado a la salida de una posada, a la fuerza le habían metido en un carro donde había viajado atado de pies y manos y con los ojos vendados, para volver a abrirlos en el oscuro calabozo del palacio donde fue informado de cuál era su suerte.

«Engendrar a los bastardos de un príncipe... prefiero la horca», había gritado entre sollozos pero la muerte era un privilegio mejor que la vida que le esperaba y no se la ofrecieron como alternativa.

Después de varias noches allí encerrado para apaciguarle decidieron sacarle para asearle antes de conocer a su futuro marido y fue entonces cuando su instinto de supervivencia apareció: por fin el destino le guiñó un ojo. Y es que, en aquella tierra todos los hombres y mujeres tenían un animal espiritual al que en las situaciones difíciles podían hacer un llamado y este espíritu le brindaba su cuerpo para que tomara su forma y se defendiera o huyera. Mas él no tenía a nada. Había sido abandonado por los dioses o tal vez bendecido, pues cuando ese momento llegaba podía escoger a cuál llamar.

Y antes de reflexionarlo su cuerpo había tomado forma de ratón y para escabullirse por el primer hueco que encontró, sin que los guardias pudieran impedírselo.

Ahora las trompetas de aviso se oían por toda la ciudad pero él no pensaba acobardarse y siguió corriendo por los huecos, desbocado y sin aliento pero sin intención ninguna de parar. Llegada la madrugada encontró un cobertizo a las afueras donde empezaba el campo y más allá el bosque.

Estaba agotado de huir. Tomar una forma animal era agotador y no podía mantenerla por mucho tiempo. De golpe, pero por suerte ya a salvo, su cuerpo recuperó su forma humana. Sus piernas y brazos crecieron y se pasó las manos por la cara mientras respiraba a grandes bocanadas. Le temblaban las manos de excitación, de pavor y de frío. Fue cuando reparó que estaba desnudo.

«Mi ropa se quedó en el calabozo tirada en el suelo tras transformarme», pensó.

Trató de caminar a tientas buscando algo con lo que cobijarse y la suerte de súbito volvió a darle la espalda pues tropezó con quién sabe cuántos cachivaches, haciendo un estruendo indisimulable a aquellas horas. Antes de haber tenido medio segundo para respirar escuchó pasos acercándose y voces de hombres.

—Ya he dicho que había oído la puerta... Hay alguien en el granero...

Yamaguchi trató de concentrarse para volver a transformarse, pero los dioses ya no le oían. Estaba demasiado agotado para lograr que le escucharan. Asustado, se agazapó en un rincón un momento antes de que la puerta del granero se abriera y a contraluz vio sus cuerpos acercarse. Se tiró al suelo y gateó hasta esconderse tras unos rodillos de paja y allí se quedó acurrucado, esperando lo inesperado.

—Esto se ha caído —dijo uno alto, de cabello negro, mientras reparaba en las herramientas que Yams había tirado por accidente.

—Habrá sido algún ratón de campo... —comentó el otro chico, también de pelo negro.

Yamaguchi sintió su cuerpo temblar, esa frase dicha aleatoriamente le asustó. Torpemente trató de volver a gatear para esconderse pero ambos escucharon el crujir de la paja.

—¿Quién anda ahí? —preguntó uno de ellos al tiempo que avanzaron hasta el rincón y entonces le vieron. Se detuvieron en seco al ver en el suelo a un chiquillo desnudo y asustado, que les miraba fijamente.

—¿Quién eres tú...?

Yams fue incapaz de contestar su pregunta y solo se dedicó a escrutarlos con la mirada. El que estaba más cerca traía el pelo algo alborotado y un rostro estoico, era un ave, podía sentirlo. Sin embargo el de atrás, tenía la mirada brillante y afilada, era un felino, y nunca le habían gustado.

—Eh... chico...—comenzó a hablar el ave mientras se acuclilló para ponerse a su altura—, ¿qué haces aquí...? Yo me llamo Akaashi y él es Kuroo... —le explicó al ver que no le respondía—, ¿te encuentras bien?

Yamaguchi tragó saliva y miró de refilón al otro chico pero su mirada le dio un escalofrío desagradable, luego volvió a mirar la serena mirada de Akaashi.

—Yo...

—¡Ya estamos aquí! —gritó Lev dando una patada a la puerta e interrumpiendo en el granero junto con Yaku, cada uno empuñaba una hoz—, ¿¡dónde estás, ladrón!?

Yamaguchi se asustó y dio tal respingo que se puso de pie y trató de salir corriendo tan rápido que chocó con una madera y cayó a plomo en el suelo.

Los cuatro chicos que quedaron mirando su torpe espectáculo, hasta que vieron que no se levantaba de nuevo.

—¿Se ha muerto? —preguntó Lev.

—Técnicamente lo has matado tú... —aclaró Yaku.

—¡No quería matar al ladrón!

—No es un ladrón —dijo Akaashi al tiempo al que se acercaba a Yamaguchi y comprobaba que efectivamente seguía respirando—, los ladrones no se cuelan desnudos.

—¿Ya estaba desnudo cuando lo habéis encontrado? —preguntó Lev.

"¿Tú qué crees?", preguntó la mirada de Akaashi mientras alzaba una ceja.

—Que raro —se acuclilló Yaku—, parece muy joven.

—La ciudad esta infestada de niños vagabundos. Hoy ha habido mucho alboroto y trompetas, seguro que han entrado a limpiar los suburbios y este se ha escapado.

—¿Y qué vamos a hacer con él? —le preguntó Yaku a Akaashi, pero antes de contestar Lev interrumpió.

—¿Que haciáis Kuroo y tú en el granero a estas horas?

—No estábamos aquí... oímos los ruidos y vinimos. Igual que vosotros —le contestó entornando los ojos pues sabía que iba con segundas.

—Ah, ya... —contestó con una risilla.

Akaashi por su parte lo ignoró y con su aire cariñoso se sacó la camisa blanca y holgada que llevaba y cubrió al Yamaguchi. Después lo agarró entre sus brazos y lo cargó contra su pecho.

—¿Dónde vas con él?

—Dentro. Aquí se congelará... —dijo pasando a su lado.

Mientras Kuroo los miró entrar hacia la casa.

—¿A ti que te pasa Kuroo? Estás muy callado... —le comentó Lev dándole un codazo.

—No, que va.

—Ya... Oye, Kuroo, si al final el chico no despierta ¿tú me ayudas a enterrarlo, verdad?

—¡No digas burradas! —le riñó Yaku.

Kuroo los oyó seguir discutiendo pero sin prestar atención. No podía apartar los ojos del chico. Y es que su silencio se debía al bobo hecho de que nunca en toda su vida había visto un chico tan bonito, tan desnudo y tan asustado. 

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⏰ Última actualización: Jun 21, 2019 ⏰

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Triste bajo las perseidas | HQ | OmegaverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora