1. Azul

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Aquella primavera trajo consigo el inicio de, sin duda, la serie de eventos agridulces más extrañamente necesarios que hubiese esperado pasar por.

En general, todo comenzó cuando Jungkook decidió que no volvería a pintar. Las manchas de pintura azul en su brazo derecho serían las últimas que enjuagaría con desdén, prometiéndose que no volvería a trazar ni siquiera una línea ni aunque se lo pidiera Dios mismo. Sus sienes temblaban, al igual que sus manos, viéndose reflejado en el espejo del lavabo ahora teñido de un azul deslavándose, resultando en celeste. Estampó contra su rostro la cantidad de agua que pudieron guardar sus palmas y se miró con los ojos entrecerrados, pero tal como había esperado, no vio nada. Estaba inmóvil, con la mirada apagada y el corazón un poco más. Se giró sobre sus talones para caminar de regreso a su estudio, cerrando la puerta tras él silenciosamente.

Luego de —entre refunfuñes— sentarse de golpe en su desgastada silla giratoria, echó su cabeza hacia atrás y alzó su mano derecha en dirección al techo, y se mantuvo en esta posición durante al menos dos minutos. Entre sus dedos se colaba una débil luz, la cual provenía de una pequeña grieta. Casi pudo escuchar a su esposa echarle en cara que debía soltar el ático de una vez por todas y permitirle así llamar a un albañil para que este se encargara de reparar minuciosamente cada rincón de ese viejo y sucio lugar. Sí, eso no iba a pasar, no si Jungkook podía hacer algo para evitarlo. Le costaba decirle, por pena y temor, que le gustaba la atmósfera calma de ese lugar, con todo y que la madera crujía y las estaciones le pegaban duro, pues era lo más cercano a su antiguo lugar de trabajo. Además, ciertamente prefería evadir sacar a plática cualquier cosa relacionada con esa casa y su vida personal en general, porque sabía que ante la más mínima queja, Heather se sentiría culpable por llevárselo a vivir a California inclusive si la idea había sido suya en un principio. Y es que en una semana se cumplirían ya dos años de que abandonaron su amada Corea, para casarse en la natal ciudad de la mujer y comenzar, al menos él, una vida nueva.

En la boca de su estómago se acomodó una sensación punzante tras voltear a ver una de sus últimas obras, apoyada encima de otras tres que había pintado con anterioridad. Le veía fijo el rostro de una mujer afroamericana, serena, pero él la sentía mofándose.

Detestaba crear únicamente cascarones. No había nada bello detrás de las últimas obras que había pintado. Cada pintura era más insípida que la anterior, cada una parecía reírse de él, cada una le recordaba con crueldad que su cordura estaba pendiendo de un hilo. No podía hacer mucho realmente; por más que intentaba encontrar una musa en la suave brisa estival que arrastraba consigo un suave perfume de lirios por su ventana cada mañana, en los desayunos acomodados en la misma posición o en los poemas que recitaba su vecino de setenta y tantos cada domingo en el parque de su comunidad, su pecho simplemente se moría, no le permitía aquel arrebato que necesitaba para hacer lo que le gustaba, y su coro de Apolo se acallaba siendo reemplazado por miles de pensamientos apilándose uno sobre otro. Lo que más molestaba a Jungkook era que aunque pensaba en un sinfín de cosas, realmente no le prestaba especial atención a ninguna, porque simplemente no tenía interés.

Aunque sus ojos escocieron mientras guardaba al fin sus pinceles, sabía que era lo correcto. No podía seguir presionándose a hacer algo que lo hacía sentir asquerosamente miserable. No obstante, ¿cómo se lo explicaría a su mujer?

1.

¿Cariño?

Jungkook había tocado la puerta tres veces con los nudillos de su puño, asegurándose de no hacer demasiado ruido como para molestar a su amada, pero sí lo suficiente para llamar su atención. Heather era una persona que detestaba el ruido excesivo, de hecho, entre menos sonidos se produjeran en la casa, mejor. El viejo Jeon tuvo que lidiar con sus reproches hasta que al fin logró adaptar sus estruendosas risas nasales, sus sonoros cantos en la ducha y la música que retumbaba en los ventanales a risas discretas, tarareos débiles y melodías calmas. También tuvo que erradicar su mala costumbre de no tocar nunca antes de entrar a algún lugar.

De mí, para nosotros || Vkook Donde viven las historias. Descúbrelo ahora