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Esa mañana, mientras lo observaba contemplarse en el espejo, Augusta supo que su esposo la dejaría pronto por otra mujer. Las supuestas salidas con amigos, cada vez más frecuentes, no constituían un problema para Augusta mientras él siguiese siendo un padre presente para su hija preadolescente. Luego de conocerse por más de veinte años, los celos se habían extinguido junto con la pasión sexual.

Pero ahora, a medida que envejecía, él comenzaba a sentirse cada vez más joven. Era la manera en la que vestía. Cómo hablaba. Se movía. Probablemente las mujeres que frecuentaba. No tardaría en visualizar que su esposa creía tener la edad que tenía. Y eso era un problema. De todos los cambios que había hecho para hacer desaparecer el paso del tiempo, solamente faltaba ella.

Augusta quería imaginar que el desenlace final de aquel proceso se produciría en algún momento lejano. Estaba resignada. Contaba los días que seguían juntos. Pensaba en su hija. En cómo se lo diría cuando llegase el momento. En las dificultades para trasladarse a regiones lejanas sin un chofer en casa. En el dinero.

El club de la no divorciadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora