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Ya no estaba sólo presente físicamente. Ahora también se encontraba ahí. Escuchaba cuando ella hablaba. Respondía cuando se le preguntaba algo. Ya no dejaba que su hija tuviese el celular en la mano mientras cenaban todas las noches juntos. Cocinaba, algo básico, pero hacía el esfuerzo por lucirse a pesar de su escaso talento en la materia. Llegó a comprarle flores. También una blusa. Hasta volvió a recuperar el impulso instintivo de tocarle la cola cuando la descubría agachada en la casa haciendo alguna tarea doméstica.

Augusta se hizo cargo de la totalidad del costo de la experiencia. A pesar de poder pagarlo en seis cuotas, se trataba de una suma mensualmente dolorosísima. Pero mucho más barata que un divorcio.

El club de la no divorciadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora