Impuesta compañía

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Desconocían cuánto tiempo llevaban en ese trance, pero los jóvenes no podían parar de mirarse. La princesa estaba sorprendida, perdida en el par de ojos azules del joven, como si la llamaran, como si la invitaran a abrir la puerta de un sitio desconocido, o más bien lo contrario, pues no comprendía esa sensación de familiaridad que el guerrero le transmitía. Por otra parte, Link estaba en el mismo hipnotismo, perdido en la belleza de la dama que se encontraba delante de él, pues nunca en su vida se había cruzado con alguien así; y al igual que a ella, la sensación de conocerla de antes estaba presente.

- Link, saluda a la princesa como es debido. – dijo Yago.

Fue en ese instante que el guerrero salió del limbo en donde se encontraba. No podía olvidar cuál era su situación.

- Buenos días, su alteza. – dijo el joven, dando una reverencia, nervioso. – Mi nombre es Link... es un gusto conocerla.

- Buenos días, mi nombre es Zelda. – respondió la princesa, seria.

El Primer Ministro quedó aliviado al ver que la princesa no trató de forma indebida a su nuevo escolta. Fue ahí que descubrió que Link podría ser la persona indicada para velarla.

- Princesa, él será su escolta de ahora en adelante. – anunció el hombre, sonriente. – Mañana mismo empezará con sus labores, pues este día me encargaré de hablarle sobre su trabajo y a darle un recorrido por el sitio.

- Comprendido... – dijo la dama, disimulando su desgano.

- Link, una vez que terminemos nuestros asuntos, tendrás que ir a preparar tus pertenencias, pues desde mañana comenzarás a vivir aquí.

- Gracias, ministro, y será como usted diga. – respondió Link. – No traje muchas cosas de Ordon, pero lo que si tengo es una yegua, y me gustaría saber si la puedo traer conmigo.

- Claro que sí, ni lo menciones. – indicó el hombre, sorprendido. – Una vez más me has sorprendido, pues vienes preparado en todo, hasta con corcel en mano.

El ministro Yago le hizo una seña a Link para que se retiren a explorar el palacio. El joven se despidió con una reverencia de la princesa, y mientras eso pasaba sus miradas se volvieron a cruzar, sin poder evitar sonrojarse.

Zelda, mientras veía al joven apartarse, sentía como su corazón latía con prisa. No iba a negar que se le hacía sumamente atractivo, tan diferente a los "perfectos" y "apuestos" jóvenes que siempre la habían pretendido, una sensación tan distinta... sin embargo, también le volvió la idea a la cabeza que no le gustaría tener a una persona que la esté siguiendo a todos lados, así que dejo de lado su absurdo trance, asumiendo su molesta realidad.

...

Al llegar la noche, Link regresó al hotel y preparó sus cosas para mudarse al palacio. Una vez que finalizó de alistar todo, se sentó en su cama a pensar en todo lo transcurrido... especialmente en la princesa.

- Qué hermosa es... nunca había visto a alguien como ella.

Ante esta última frase sintió dudas, pero la dejó de lado de inmediato, pues era lógico que nunca antes se la había cruzado. Se sentía totalmente obnubilado con la dama, sin embargo, en ese momento sus pensamientos fueron interrumpidos por el recuerdo de la conversación que tuvo con el ministro en el transcurso del día.

*.*.*.*.*

Link y Yago se encontraban caminando por los pasillos del palacio. El ilustre hombre se había encargado de presentar al recién llegado con los demás soldados reales, y también le contó un poco de la historia del reino. Finalmente, el tema se centró en la futura reina.

El deber del corazónWhere stories live. Discover now