5.- La panadera y la de la harina

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Victoria

—No quiero ir, ¿no puedo quedarme? —pedí a mi padre, cuando mi madre me empujó un poco para que saliese.

—Claro. ¿No quieres cenar? —Alzó las cejas, como si quisiera saber lo que me pasaba. Yo agaché un poco la cabeza.

Abram nos había invitado a su casa a cenar y a mí me daba miedo que Stesha estuviera por allí. ¿Por qué? Porque yo era idiota. En teoría nos habíamos reconciliado como amigas, o algo parecido. Pero un año no había sido suficiente para que yo dejase de quererla y sabía que lo nuestro no era buena idea de ninguna manera... De hecho, dudaba que ella quisiera que volviera a haber nada entre nosotras.

—Está bien, de todas formas, tengo hambre —murmuré, agachándome para despedirme de Sisi. De hecho, acababa de volver de la calle con ella cuando mis padres me dijeron que nos íbamos.

—¿Qué te pasa? —Mi madre me pasó un brazo por los hombros cuando empezamos a bajar hacia el garaje y me besó el pelo.

—Stesha ha vuelto —susurré de nuevo, porque supuse que iban a enterarse tarde o temprano.

—¿Has hablado con ella? —De hecho, la falta de sorpresa de mi madre me hizo pensar que ya lo sabía.

—Sí, hicimos las paces o algo así. Como amigas —expliqué—. Y la semana pasada me besé con una compañera de vóley —confesé mientras montaba en el coche.

—¿No habíamos quedado en que no más líos hasta los cuarenta? —preguntó mi padre, arrancando el coche.

—No ha sido un lío —refunfuñé—. Fue un beso de nada.

—¿Y te gusta esa chica? —Mi madre decidió ignorar a mi padre, o eso me pareció.

—No sé —reconocí—. Es guapa, simpática, divertida y jugamos juntas al vóley. Pero no es Stesha. Y no me fío de Stesha, porque sí es Stesha. Creo que se me ha pasado el hambre —suspiré, apoyando la cabeza en el respaldo.

—¡Que difícil es ser adolescente! —se metió mi padre conmigo.

—Como si tu no hubieras tenido problemas de faldas de adolescente —bromeó mi madre.

—Yo era más de quitarlas —se rio él.

—¡Que asco! —me quejé.

—¿Cómo crees que naciste tú? —me picó mi padre.

—Una paloma y una madre santa —repliqué.

—Bueno, tu madre es una santa, eso es verdad. Si no lo fuera, no nos soportaría a los tres.

—Yo también echo de menos a Kevin —suspiré, porque no había podido evitar pensar en él. Era raro que su hueco en el coche estuviera vacío.

—¿No somos suficiente para ti? —bromeó mi padre, mientras aparcaba frente a casa de Abram.

Esperé hasta que bajamos del coche y empezamos a andar hacia casa de mis tíos para responder a mi padre.

—Sí, pero echo de menos a mi hermano. ¿Qué quieres que le haga? Él siempre sabe que chorrada decir para que se me pase el mal rollo.

—Ojalá tu hermano estuviera vivo y pudieras llamarte de teléfono para que te dijera alguna chorrada —bromeó mi padre, rodeándome con un brazo.

—Ojalá tuvieras un padre tan tonto como tu hermano para decir chorradas —se rio de él mi madre, dándome un beso en el pelo antes de llamar al telefonillo.

—Ya, un poco me consuela —le seguí la coña.

Pero en cuanto Abram nos abrió, los nervios volvieron a apretarme el estómago. Cogí aire mientras subíamos en el ascensor. Y mi madre me apretó la mano para darme apoyo. Me pareció que sabía perfectamente lo que me pasaba, pero no comentó nada.

Tu nombre en las estrellas - Bilogía Estrellas 2 - *COMPLETA* ☑️Where stories live. Discover now