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Por enésima vez, el muchacho dirigió su mirada al suelo, donde una línea cercaba la esquina donde se encontraba. No podía negar que aquella tenía un acabado precioso, de tinta color vino y dorada, representando flores originarias de las tierras donde había crecido: Jonia.

Sin embargo, una frustración implacable también le turbaba al contemplarla, sumada a una aterradora incertidumbre. Shieda no era imbécil, por lo que sabía que aquella marca en el suelo debía poseer algún propósito, y que, asimismo, su captor debió ponerlo dentro por alguna razón.

No podía siquiera adivinar dónde se encontraba, característica adicional que acrecentaba su malestar. La habitación completa permanecía en penumbras, sólo permitiendo que una débil luz calase dificultosamente por el techo.

Desde hace varios días, su estancia y situación le eran completamente desconocidas; sólo Rhaast y otro hombre le habían acompañado. Aquel individuo no le había revelado nada importante, y había permanecido hablando de una presentación, conllevando a que Kayn conjeturase su profesión, probablemente tratándose de alguna disciplina artística. Sin embargo, al poco tiempo, sus suposiciones fueron destruidas y el desconcierto se acrecentó, puesto que descubrió con la mirada un amplio arsenal de armas pertenecientes al otro.

Ahora, el único ojo de Rhaast resplandecía en la oscuridad, emanando una luminiscencia carmín. Para desgracia suya, la guadaña se encontraba fuera de la línea, acomodada en un soporte horizontalmente.

Asimismo, también la percibía muy cercana: probablemente bastarían dos o tres zancadas para volver a poseerla entre sus manos.

Era sólo la línea su impedimento, la misteriosa jaula que le evitaba llegar al arma demoniaca. ¿Por qué no usaba las paredes entonces? De esa manera no tendría que cruzar el suelo marcado, y con tantos años de práctica ya sabía abrir aquellos pasadizos sombríos con extrema facilidad.

Aunque no quisiese admitirlo y se enfureciese al pensarlo, sabía que era por el miedo, que en ese momento le turbaba y paralizaba.

El hombre que le había llevado hasta aquel lugar le generaba una inquietud que nunca antes había sentido, ampliada con el paso de las horas en cautividad. Había llegado a percibirle como un ser casi omnipotente y omnisciente. En lo más profundo de sus entrañas, una voz aterrorizada le aseguraba que su captor tenía completo control del entorno, por lo que advertiría al instante si él llegaba a intentar escapar. No quería saber ni imaginarse lo que podría sucederle si era atrapado fugándose: ya hace poco había escuchado alaridos en el piso superior, donde el otro se encontraba.

Mas ahora, ya era sólo una afonía sepulcral su acompañante. Para su sorpresa, incluso Rhaast había decidido permanecer en absoluto silencio, señal que él interpretaba como profundamente negativa.

El agresivo estrés infundido en sus carnes había sido el principal catalizador de su hostilidad. Horas atrás, insultos y amenazas fueron lo único que sus labios pronunciaron. Aquel fue un raudo intento de no parecer intimidado por el desconocido, cuando en realidad, un escalofrío recorría su espalda con sólo escuchar su voz.

—Malnacido. Pronto, Zed notará mi ausencia y vendrá a buscarme —le había amenazado horas atrás, furioso—. Cuando me libere pagarás por esto: te lo aseguro.

Distraído, el otro le había respondido casi de inmediato.

—Por supuesto: tu maestro vendrá. Su visita será el punto álgido. Sólo entonces llegará el némesis que dará fin a esta larga encrucijada.

En la esquina de la habitación, caudales de luz grisácea se filtraron, acompañadas por efluvios opacos: la puerta que conectaba aquel espacio con el exterior se había abierto. Una sombra imponente no tardó en deslizarse, fantasmagórica. Pronto, el dueño de aquella silueta se reveló: esbelto, inusualmente alto. Sus andares portaban una elegancia inhumana, como si cada acción fuese cuidada con el más exigente escrutinio, resultando en movimientos que deleitaban a cualquier observador. Su presencia siempre sería ladrona de la atención que los demás pudiesen poseer, y Shieda no fue la excepción a la intrínseca regla.

Yanléi: El lamento del ninja doradoWhere stories live. Discover now