Prólogo

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Mientras el sol se pone por el horizonte, la luz se desplaza a través de las nubes de tono anaranjado como fruto de la puesta de sol. La atmósfera en la ciudad, sin casi humedad después de tantos meses de verano, invitaba a la gente a salir a la calle y pasear.

Alba hizo una mueca y pedaleó más rápido, haciendo que su bicicleta rebotara contra las numerosas piedras del camino, sacudiéndola de arriba a abajo.

Habían quedado en el sitio de siempre para hablar de lo que había pasado hacía menos de una semana. La gran pelea que tuvieron había hecho mella en ella y ya estaba cansada de pensar en todas las posibles opciones en las que podría terminar su amistad. Solo eran Natalia y ella. Solas. Como casi siempre. Iban a hablar. ¿Fácil? ¿No?

Pero la pelinegra era dura y sarcástica casi siempre, a veces llegaba a imponer tanto que nadie se les acercaba a un rango de menos de un metro de distancia. Pero para Alba, Natalia era todo lo contrario de lo que la gente solía pensar, era amable, divertida, apasionada y tan llena de vida que ni siquiera sabía como gestionarlo a veces.

Tal vez por eso terminaron besándose. Solo por el simple hecho de la gravedad.

Sin dejar de pensar en ella acabó llegando al sitio que habían acordado. La bicicleta de la pelinegra estaba apoyada a un lado de la valla justo donde nacía el rió. La dejó justo al lado de la de la pelinegra y siguió caminando hasta donde habían quedado. La hierba le hacia cosquillas en sus tobillos descubiertos, las ramas le rozaban los brazos y la brisa del aire frío se colaba en todos los agujeros de su jersey negro, poniéndole los pelos de punta.

Cuanto más cerca estaba de ella más agudos se volvían sus pensamientos, concentrándose solo en el que más importaba.

Se detuvo justo en la orilla del río, inclinándose hacia adelante con las manos en las rodillas intentando recuperar el aliento que de pronto de la faltaba. Las largas y frondosas hebras del sauce arriba de ella se mecían de un lado a otro. Y entonces la vio. Sentada al otro lado de este con una libreta entre sus manos.

Por su parte, Natalia agarró con fuerza el cuaderno e intento ignorar el sonido de las ramas crujiendo bajo los pasos de la otra chica. Supo el momento exacto en el que se había detenido para tomar una última bocanada de aire, podía escuchar cada inhalación. Parte de ella quería levantarse, correr hacia ella y envolverla entre sus brazos, pero otra parte sabía que eso no serviría de nada ahora mismo. Ni siquiera se despidieron la última vez que se vieron. El día del beso.

"No sabia lo que estaba haciendo. Tan solo podía notar sus labios abriéndose involuntariamente a la lengua que intentaba entrar en su boca. Un calor sofocante empezó a formarse dentro de ella. No podía parar. Ni siquiera sabía que era lo que les había llevado a aquel punto. Estaban bailando, demasiado juntas. Notaba el alcohol corriendo por todo su cuerpo. Y entonces pasó.

La rubia, con ambas manos cogiéndola por las mejillas no podía dejar de acercarla contra sí misma. Era como una droga. Natalia llevó sus manos que la sujetaban por la espalda hacia su culo y la apretó, deseando aliviar un poco el deseo que sentía. Pero solo sirvió para que ambas soltaran un gemido. Y de pronto la pelinegra fue consciente de lo que estaba pasando. Se separó de los labios de su amiga con la respiración entrecortada y los ojos cerrados. Junto sus frentes intentando procesar lo que había sucedido.

- Lo...lo siento... - dijo la rubia de repente.

Y entonces se fue, dejando a Natalia más confundida que nunca."

Alba llegó hasta ella. Sus brazos colgaban temblando a sus lados, con las manos apretadas. Natalia sintió como todo su cuerpo se ponía en tensión. No había cambiado de página desde que la había oído llegar. ¿Esto es lo que les deparaba el futuro? ¿Estar paralizadas constantemente en presencia de la otra?

Atrévete a querermeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora