Capitulo 20

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La vida en la casa supuso, efectivamente, la mejora que ella esperaba. Aún le pesaba ser la que era ahora en comparación con la que había sido y, a medida que pasaban los años, crecía su amargura y la vida pasada con su padre se le antojaba un sueño lejano. ¿Hubo en verdad un tiempo en que lució hermosos vestidos, sentada al piano de cola en grandes fiestas? ¿Hubo en verdad un tiempo en que fue cortejada por caballeros que competían por bailar con ella? Y ante todo, ¿hubo en verdad un tiempo en que podía comer todas las exquisiteces que le apeteciesen?

Anduvo indagando sobre su padre y supo con satisfacción que estaba destrozado. Vivía solo en su gran mansión y no salía de casa más que para acudir al trabajo. Agnes se alegraba de ello y abrigó por un tiempo una mínima, mínima esperanza de que la perdonase y la acogiese algún día si la vida de su padre llegaba a ser lo bastante miserable. Pero pasaron los años y nada sucedía, y, a medida que transcurría el tiempo, esa esperanza le parecía más vana.

Los niños ya habían cumplido cuatro años y no podía con ellos. Corrían salvajemente por el barrio pese a su corta edad, y Agnes no tenía ni ganas ni fuerzas para educarlos. Anders, por su parte, ahora debía invertir más tiempo en el trabajo, pues la cantera quedaba más lejos del pueblo, de modo que se marchaba antes de que despertasen los pequeños y volvía a casa cuando ellos ya se habían dormido. Tan sólo los domingos podía pasar algún tiempo con ellos. Los niños se alegraban tanto de tenerlo en casa que se comportaban como angelitos. No tuvieron más hijos, de eso se había encargado Agnes. Anders había hecho algún tímido intento de sacar a relucir el tema y su deseo de poder dormir con ella, pero Agnes no tuvo la menor dificultad en negarse Ya no se explicaba que un día lo hubiese deseado de aquel modo. Ahora le daba asco y la sola idea del roce de sus dedos sucios y llagados le producía escalofríos. El hecho de que ni siquiera protestase por el prolongado y forzoso celibato la movía a despreciarlo más aún. Lo que para algunos sería amabilidad, para ella era falta de hombría, y el hecho de que él siguiese ocupándose de la mayoría de las tareas domésticas reforzaba esa imagen. Ningún hombre de verdad lavaba la ropa de sus hijos ni se preparaba la comida, aunque Agnes olvidaba sin esfuerzo que ella misma se negaba a hacerlo.

-¡Mamá, Johan me ha pegado!

Karl se acercó corriendo a la escalinata del portal, donde Agnes se había sentado a fumarse un cigarrillo, un vicio que había adquirido los últimos años y para el que solía pedirle dinero a Anders con el mayor descaro y con la esperanza de que él protestase.

Observó fríamente al niño que lloraba delante de ella antes de soltarle una nube de humo en la cara. El pequeño empezó a toser y a frotarse los ojos. Se abrazó a ella, intentando hallar consuelo, pero como en tantas otras ocasiones, Agnes se negó a corresponder a sus muestras de cariño. Eso era cosa de Anders. Él ya los malcriaba bastante, así que no necesitaban que ella los mimase también. Lo apartó con brusquedad y le dio un azote en el trasero.

-¡Deja de lloriquear! Lo que debes hacer es devolvérselo le dijo serena mientras exhalaba el humo en el aire claro y primaveral.

Karl le dedicó una mirada elocuente del dolor que sentía al verse rechazado una vez más, pero se marchó cabizbajo hacia donde estaba su hermano.

Hacía un par de años, la vecina tuvo la desfachatez de ir a decirle que debía tener más vigilados a sus hijos. Los había visto jugando solos junto al muelle de carga.

Agnes miró impasible a la fea y menuda mujer antes de, con total tranquilidad, explicarle que se metiese en sus asuntos y que, teniendo en cuenta que la mayor de sus hijas se había fugado a la ciudad y que, según los rumores, se ganaba la vida mostrándose como ella la trajo al mundo, más le valía abstenerse de aleccionar a Agnes sobre el cuidado de sus hijos. La mujer se marchó herida, murmurando algo así como «pobres pequeños», pero después nunca se atrevió a volver a llamar a su puerta, que era exactamente lo que Agnes pretendía.

Las hijas del frio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora