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—¿Te acompaño a casa, nena? —pregunta el muchacho, guardando el móvil en su casaca.

—No es necesario —murmura, nerviosa.

—Estefanía —insiste—, le prometí a tu padre que lo haría cada día, fue su condición para que podamos salir.

—Bueno, no se lo pediste al más importante —trata de justificarse, viendo al suelo.

—¿Johann no es importante?

—Ya no —susurra, con lágrimas acumuladas.

Su novio sujeta su mentón con suavidad, viendo aquellos ojos que lo vuelven loco desde hace dos años, aquellos que ahora están de una profunda tristeza.

—¿Qué pasó? —pregunta con cautela.

—Le gritó a papá Erick —muerde su labio—, y quizá no es la primera vez.

—Los padres sueles tener discusiones.

—¡Pero no al punto de decirle cosas muy feas! —vocifera, sollozando.

—Verás que todo se soluciona pronto, princesa —sonríe.

—En la mañana papá Erick me comentó que se iban a divorciar —desvía la mirada un segundo—, y me parece lo más justo.

—¿No vas sufrir por la separación?

—He sufrido por veintiún años la ausencia de mi padre, a pesar de estar en el mismo hogar nunca mostró tanto interés por mí, así que supongo que está bien que hayan tomado esa decisión.

—Estefanía, no seas tan dura —trata de encontrar una solución.

No está segura de decirle lo que sucedió ayer.

Pero de alguna u otra forma terminará diciéndole.

—Me golpeó —comenta finalmente.

Los ojos de Ethan se abren a tal punto de asustar a cualquiera que pase por su lado.

—¡Hizo qué! —exclama furioso—. Yo lo mato.

Remanga su camisa hasta los codos, como si fuese a pelar con su enemigo.

Aunque aquí entre nos, el joven no es capaz de matar siquiera a una hormiga.

La muchacha ríe por primera vez en el día ante lo gracioso que se ve su novio.

Se pone de puntitas y besa cortamente su mejilla.

—Vamos a casa, tonto —entrelaza sus dedos, caminando fuera de las instalaciones de la Universidad.

Por otro lado, Erick sigue en la cama, es el sitio donde ha estado después de haber ido a dejar a su hija.

Cuando llegó a casa Johann ya no estaba, cosa que lo alegró, pero a la vez le causó cierta molestia, pues, pensamientos que antes no pasaban por su cabeza están llegando.

Cubre aún más su cuerpo con la manta que sacó antes de tirarse como costal de papas.

—Señor Erick —la puerta es abierta sin consultar antes—, aquí tiene la taza con anís que pidió al llegar.

—Gracias, Hilda —sonríe en la dirección de aquella cansada mujer.

Da una reverencia y sale, cerrando la puerta.

Sí, tal vez Johann tiene razón y debió gastar el dinero en cosas útiles.

Espanta aquel pensamiento, sentándose en la cama y poniéndose sus pantuflas azules.

Rodea la cama dando con el velador, toma entre sus manos el plato y la taza para llevarlos hasta el escritorio.

Ajusta la silla a su tamaño, da un corto sorbo a la infusión debido a lo caliente que se encuentra.

Coleccionista || JoerickNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ