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-¡Evangeline!

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-¡Evangeline!

Me giro para ver de quien se trataba. Es Juan, trae su sudadera rosa y jeans, su cabello negro lo tiene peinado, venía con lentes de sol. Algunos se le quedan mirando, aunque Juan niegue su potencial físico, siempre llamaba la atención de uno que otro chico.

-¡Bebé! – corro a su encuentro con los brazos extendidos para darle un abrazo, ambos nos dimos un buen apretón – tengo tu encargo en la mochila, es lo más bonita que tenía.

-¡Dios, lo había olvidado! – se golpea la frente, lastimándose un poco con los lentes – ni siquiera prepare algo – comienza a agitar sus manos, tratando de controlar sus nervios - ¿Qué hago? ¿Debo cancelarle?

Con toda tranquilidad, saco el paquete de mi mochila. Una rosa roja es su contenido, la había apartado desde el viernes, pues son muy pocas las rosas de este color que llegan a la florería. Por suerte, pude mantenerla fresca y bella para hoy.

Con mi poder, y una rosa conocerás el sentir de alguien más.

-Eso no será necesario – busco su mano, necesito sentir lo mismo que él – él lo sabrá al tocar la rosa, conocerá lo que sientes y el amor que crece dentro de ti por él.

-Confió en tus dones Cupido – me volvió a abrazar – eres la mejor.

-Anda, debemos ir a clase.

En la clase de cálculo, Juan y yo nos sentamos en la segunda fila, tenemos que poner la mayor atención posible, pues se aproxima un examen. Después de una hora, Juan se había frustrado, el profesor iba demasiado rápido. Tome su mano para tranquilizarlo, y con una sonrisa le dije que yo le ayudaría.

Al terminar la clase, fuimos los primeros en abandonar el salón. Tenemos diez minutos libres, así que fuimos a paso lento.

-¿Qué hiciste en estos días?- pregunto.

-Estuvo editando un programa, escuchando música y – hizo una pausa – estuve hablando con Chris. ¿Tú que hiciste?

-Atendí la florería, ayude a alguien – pienso lo que diré a continuación. Pero aquel chico ha llamado mi atención – conocí a un chico – hable bajo – fui de compras...

-Espera... ¿un chico? – deja de caminar - ¿es de aquí? ¿cómo se llama?

-No lo sé – levanto los hombros – estaba buscando a su madre, y ella estaba en la florería.

-Ah, entiendo – sigue caminando – debes olvidarlo. No creo que lo vuelvas a ver, es como aquellos chicos que ves en el transporte público, es tanta la pena que tienes, que no pides su número ni nada y no lo vuelves a ver en tu vida.

-¿Lo dices por experiencia?

-A todos nos pasa – rueda los ojos – ¿y qué compraste?

-Unas cuantas prendas – respondo – pero no encontré un vestido para el baile.

Las Rosas de CupidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora