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Pasaría la noche calculando las posibilidades de su evidente fracaso, con la esperanza de evitarse mayor desgracia

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Pasaría la noche calculando las posibilidades de su evidente fracaso, con la esperanza de evitarse mayor desgracia. Nathaniel, dentro de sus números, representaba una constante que no dejaba de acumular ceros a sus espaldas.

Jeremy, por otro lado, era una variable de triple vertiente, de triple máscara. Camille, a pesar de todo, también era una variable, una que se compaginaba levemente con las máscaras de Jeremy.

Y le pareció peligrosa su presencia dentro de cualquier algoritmo, dentro de cualquier fórmula o resultado.

–Ella es mi respuesta segura –pensó con temor, abrumado por la inseguridad de su voz.

Intentaba forzarse una salida segura, un resultado fijo, par y sin decimales. Entonces reaparecía Nathaniel con su saco repleto de ceros, con sus malas intenciones floreciéndole a punta de palabreo, con su sonrisa desquiciada reconfigurándole las facciones.

Una punzada de temor venía de ahí. Un temor que no sabía cómo ignorar, cómo descomponerlo y arrojarlo lejos de sí. Justo ahí, de la mano de ese miedo, surgía la X del primer Jeremy, ese que lo dejaba en ridículo tras intentar esclarecerse la idea, mientras buscaba derrocarla.

Aquello lo haría caerse de la cama y vislumbrarse retrasado. Haría todo a la carrera para no perder segundo alguno en el proceso, pero ya era demasiado tarde para lo que, en su intencionalidad, significaba el pasar, al menos, un minuto a solas con Jeremy.

Las agujas del reloj las veía dar saltos entre los minutos mientras maldecía el haberse quedado dormido. Maldecía, también, a Nathaniel por no dejarlo en paz, siquiera, en sus propios sueños.

–Y pensar que esto es culpa suya –se dijo desalentado por la hora; –Solo eran cinco minutos.

Camille esperaba por él. Nathaniel, a su lado, lucía algo preocupado. No era de extrañarse que, entre ese par, las justificaciones fuesen un tanto contrarias. A veces Camille podía ser demasiado Nathaniel y viceversa. Éste era, exactamente, uno de esos momentos.

–No hubieses llegado nunca –dijo Camille ligeramente molesta.

–Buenos días para ti también, preciosa –saludó Caleb tomándola muy dulcemente entre sus brazos.

–Ni un mensaje, ni una llamada, ni nada. ¡Te desapareciste desde ayer!

–Lo sé, lo sé –respondió Caleb con cierto desaire; –Tenía la cabeza repleta y no supe organizarme. Perdón.

Nathaniel, todavía en silencio, se le quedó mirando con la mente a media máquina. "Tenía la cabeza repleta" fue para él la pieza inicial del trabajo, la primera piedra para edificar su hoy por hoy. Su preocupación no era del todo falsa, pero tampoco era del todo pura preocupación.

Camille era la pieza clave para darle equilibrio a su balanza emocional. Era la única que podía y lograba darle una dirección a aquel barco sin brújula. Nathaniel lo sabía y era por ello que le costaba tanto arrancarla del tablero como quería.

Sensible e insensato -Sintonía- ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora