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Tardaría un rato en decidir no decir nada

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Tardaría un rato en decidir no decir nada. Se las ingeniaría para darse un tiempo a sí mismo parloteando, dentro de lo que cabe, con una naturalidad disimulada –al principio– y luego, entre una que otra sonrisa robada, no sería para nada disimulada. Jeremy, olvidándose del móvil, quedaría enganchado por aquella voz, por aquella motivación insegura.

–Hablando enserio –dice Jeremy de golpe, con una sonrisa todavía en el rostro; –¿De verdad solo quieres ser mi amigo?

–¿Y qué otra cosa podríamos ser? –pregunta Caleb con absoluta soltura, apartando la mirada tras sonrojarse de súbito, como la pregunta.

–Tienes razón ¿qué otra cosa podríamos ser?

Un fresco aire le alivianó los pulmones, le desaceleró el corazón. El rostro, bañado de rojos, permaneció así por largo rato a pesar de la naturalidad de la conversación. Jeremy, al igual que él, también tenía algo que ocultar tras sus intenciones de estarse ahí, inmóvil, con él. Una curiosidad intensa no lo dejaba removerse del sitio que habitaba.

Caleb, con la mirada siempre esquiva, parloteaba y parloteaba cruzándose de miradas con él lo menos posible. Era la única manera en la que podía darle soltura a las palabras, sin atropellarse la lengua ni disparar garabatos. Pero deseaba, aunque fuese incómodo el silencio, volver a posar la mirada por un rato en aquel rostro risueño.

La forma de sus labios, de su nariz, el perfecto arco de sus cejas, sus delicadas pestañas. Poco a poco iba detallando cada rincón de sus facciones, cada mínima cosa, embaulándola en sus recuerdos, en su memoria, para reconstruirlo con la mayor de las exactitudes. No quiere otra cosa más que su perfección.

–Estas de suerte hoy –musita Jeremy con un tono que, cree, denota alivio; –Diana no vendrá.

–¿Por qué suerte? –pregunta haciéndose el tonto.

–Porque no podrías estar aquí, como ahora.

–Hablándote y eso... es cierto.

Guardan silencio. Sonríen. Se miran. Sonríen nuevamente. Nathaniel puede notar, desde la distancia, lo indirectos que pueden a llegar a ser uno y otro, y lo ciegos que son en realidad ambos.

–Pendejos, a fin de cuentas pensaría en el momento de verse ahogado entre risas y comprender que ha ocurrido todo sin haberlo hecho en realidad.

Caleb, recostado contra el auto, no sabe qué decir, qué hacer, cómo actuar. Jeremy, sentado sobre el maletero, tararea una canción mientras responde el antes olvidado WhatsApp.

Entonces opta por tomar su móvil, abrir WhatsApp, entrar en esa pestaña de conversación que lleva su nombre y escribirle algo antes de alejarse de él a paso lento. Jeremy lo vería alejarse.

No se había siquiera despedido y eso le disgustó un poco, pero sintió alivio de verlo cruzando la mancha de asfalto y ponerse, luego, de pie en la otra calzada.

Entonces lo vería darse la vuelta, alzar la mirada y buscarlo antes de presionar el botón de enviar, antes de guardarse el móvil en el bolsillo. Su propio móvil resuena entonces.

–No le digas nada –leyó en la pantalla; –pero Diana tiene razón: sí pretendo algo.

Su corazón se detuvo. Su rostro se tinto de rojo sobre rojo y sus pies, luego de tanto, volvieron a posarse sobre el suelo mientras buscaba a Caleb con la mirada. Éste solo se despidió con la mano y volvió al interior de la casa.

Jeremy no pudo contener la inseguridad, la duda, la confusión y el temor al no obtener una respuesta de verdad, solo un acertijo indefinido, indefinible, indeciso, impreciso.

Le escribiría, entonces, un par de veces, con la esperanza de un esclarecimiento, de una afirmación verídica de sus simulaciones, de una aclaración lógica a sus misterios. No obtuvo más que un silencio abrumadoramente absoluto. Lo llamaría un par de veces, pero no le contestó nunca: ni en ese momento, ni ninguno después del encuentro.

Nathaniel, recostado sobre su cama, se enfrentaría a un Caleb bastante agitado, desenfrenado y nervioso. Lo vería ignorar el móvil, sin importar lo mucho que este clamara por atención: no pretendía siquiera hacerse a la idea de que tenía uno. Comprendió que había ocurrido algo y que, muy tontamente, se había perdido la primicia.

El tiempo de los pendejos suele ser imperfecto,casi tanto como sus formas de decir lo que quieren, lo que no quieren, lo que sienten y lo que no. Caleb, sin duda, no sabe lo que quiere, pero sabe que lo que siente lo matará si no hace algo, por muy estúpido que eso sea.

 Caleb, sin duda, no sabe lo que quiere, pero sabe que lo que siente lo matará si no hace algo, por muy estúpido que eso sea

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Sensible e insensato -Sintonía- ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora