Capitulo 1

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El inicio tuvo lugar hace veinticuatro años, dos meses después de haber cumplido los nueve años. Era domingo, siete de agosto, y me pongo a pensar si todo hubiera transcurrido diferente de haberme quedado dormido. Todo comenzó a las siete de la mañana, cuando:

-¡Oliver, Oliver, despierta! –Eatan me sacudió de repente, sin ganas de contestarle me cubrí la cara con la sabana para protegerme de su repentino ataque- Vamos despierta, no te hubieras cubierto la cara si no me escucharas. Si no te levantas seguiré sacudiéndote.

No eran ni las siete de la mañana, y mi hermano estaba tan enérgico como si fueran las tres de la tarde.

-Tengo mucho sueño –murmuré entre dientes aun con la sabana cubriéndome-. ¿Qué quieres? – Dejó de sacudirme y sin decirme nada prendió la televisión.

"Empieza tu día con choco rabbit..." decía a todo volumen el conejo del anuncio que apareció en la televisión. El ruido me estremeció en un salto que me tiró de la cama, mientras que mi hermano soltó el control al suelo para cubrirse los oídos. "...delicioso, nutritivo y divertí- chocolatoso. Compra choco rabbit"

-¡Apágalo –le grité a Eatan desde el suelo-, apaga esa porquería.

Sin dejar de cubrirse las orejas bordeó la televisión y le tiró una patada al cable de la luz. La voz desesperante del conejo del cereal por fin se apagó. El silencio es hermoso. Agarré el zapato que estaba junto a mí y se lo lancé con todas mis fuerzas, que no debieron ser muchas, porque apenas le pego en una pierna.

-¡Que te pasa idiota! ¿Por qué hiciste eso? –Tenía los ojos hinchados y rojos de coraje.

-Perdón Oliver. No quería levantarte de esa forma –la expresión en su cara si mostraba la pena que decía tener- Es solo que hoy es siete de agosto.

-¿Y eso que?

-¿Enserio se te olvido? Hoy es la final. Hoy juegan Cardinales contra Los ángeles.

En efecto, lo había olvidado por completo. Teníamos dos semanas planeando ver la final de las grandes ligas. Nos levantaríamos temprano ese día para preparar hotcakes con fresas y malteadas de manzana. Las compras necesarias las habíamos hecho después de la escuela. La mermelada, la miel de maple, la cajeta quemada, el chabacano, leche congelada y crema batida.

El enojo se me disipó de inmediato. Más bien me comencé a preocupar.

- ¿Qué hora es?

-Son las siete cuarenta. El juego inicia a las ocho. No alcanzamos a preparar los hotcakes. Te hubiera dicho antes, pero no hace mucho que me levanté.

-Tú ve acomodando la antena –le dije- para que no tengamos que moverla en pleno partido. Mientras yo voy a lavarme la cara.

-Bien, ya que termines hacemos las malteadas.

No tuvimos mayor inconveniente en lograr terminar nuestra merienda y sentarnos a ver el partido. Después de tres horas de ir y venir, ganaron los angeles con nueve carreras a dos, por segundo año consecutivo eran coronados como los campeones y volvían a levantar la copa plateada. Me sentía emocionado por su victoria, los seguí con cautela desde el inicio de la temporada, y era muy notorio, al menos para mi, que si no terminaban campeones, mínimo llegarían a la final. Ambas cosas las lograron.

Mi madre entró en nuestro cuarto en ese instante, en la televisión aun se veían los jugadores del traje blanco y negro cargar la copa y mojarse entre ellos con sidra, se sentó en la silla desocupada, y sonriente observaba como uno de sus hijos lloraba por la derrota de su equipo, mientras el otro celebraba la del suyo.

-Hola chicos. ¿Cómo están? ¿Qué tal estuvo su partido?

-Bien

-Mal

Contestamos al mismo tiempo. En el cruce de palabras nuestros ojos se encontraron. Eatan estaba molesto, tanto, que sus cuencas oculares tenían algunas lagrimas. Sin decir otra cosa, se levantó, salió de la habitación, y desde la escalera gritó:

-¡Ojala no te hubiera despertado! ¡Ahhhh! – Y azotó la puerta del baño

- ¿Qué pasó?- Preguntó mi madre desconcertada

-Ganaron Los ángeles, no el equipo de Eatan. Y apostamos que el que perdiera lavaría los platos.

Mi madre hizo una mueca de angustia. Estaba al pendiente de la cantidad de platos sucios que habíamos hecho.

-Menos mal. Porque justo acabo de bajar a la cocina, y digamos que me encontré con la ciudad perdida de las sobras y los platos –levanté los hombros, era verdad, la cocina era un desastre-. Está bien, solo quería saber quien los iba a lavar –hubo un momentáneo silencio- hijo, antes de irme tengo otra pregunta, o más bien es una curiosidad, ¿Por qué a ti y a tú hermano les gusta tanto el béisbol?

-¿Por qué lo dices?- Le cuestioné dudoso sin responder su pregunta.

-Perdón, no es que sea malo que les guste, es solo que me extraña la afición que le tienen. Tu hermano está llorando en el baño porque perdió su equipo, y tú no cabes en tú sonrisa por que ganó el tuyo. Lo entendería mas si se tratará de fútbol. A todos los niños les gusta la selección mexicana, y quieren ser como Hugo Sánchez. Pero el béisbol solo se puede ver por televisión por cable, además de que no estoy muy segura que aquí en Salamanca exista algún equipo.

Me quedé callado, no sabía cómo contestar. Fuera de mi hermano, a ninguno de mis compañeros en la escuela les interesaba el béisbol, y no conocía a nadie más que le gustara.

"Vaya, que raro funciona la genética. Creo que hoy les contaré una historia. Dime ¿Qué sabes y que recuerdas de tú papá?

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