Capítulo IV

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Jueves, un día oscuro.

Te acordaste de la discusión que tuvieron una semana atrás, te sentiste furiosa y no se te ocurrió mejor idea que sujetarlo de la cabellera rubia, jalarla sentido opuesto para que gimiera de dolor. Reíste por lo frágil que podía ser una persona y tan vulnerable ante el poder de otra.

Estaba completamente sucio, y claro, hace cuatro días que no pisaba un baño y por ende se había orinado varias veces al día encima de sí mismo. «Como un bebé» al pensarlo y verlo reíste.

Abriste tu caja misteriosa y con los ojos cerrados sacaste la primera herramienta que tocaste. Evidentemente unas pinzas. ¿Qué se podrías hacer con ellas? Sus pezones se veían amenazantes, y de dolor gritó a cuatro paredes mientras que le seguías haciendo presión con la herramienta.

«perdón»

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No lo viste en todo el día, pero sí recordaste la discusión que tuvieron el día anterior. Te llamó loca, desquiciada, que lo dejara de seguir porque se había dado cuenta, aunque te seguía el juego porque le parecía "divertido" verte comportándote de esta forma.

¿Divertido? Evidentemente sí, así te dijo. Aunque pensaste que era una discusión de una pareja, que te perdonaría al día siguiente; y antes de irte por debajo de su puerta le dejaste tu número para que te llamara cuando se le pasara el enojo. Porque las parejas felices se aman y se perdonan.

«se aman y se perdonan»

Estuviste todo el día pendiente en tu móvil, caminaste de un lado a otro intentando agarrar toda la señal posible por si acaso no te llegaban los mensajes. Llamaste varias veces a tu compañía para ver si la línea funcionaba correctamente y al mismo tiempo maldecías el tiempo desperdiciado porque capaz te podría haber llamado en ese lapso y estabas haciendo otra llamada.

Para el anochecer, después de estar con el móvil en la mano, en el bolsillo, en el baño, en la cocina, en todos lados de tu casa te diste por vencida. Te acostaste, lloraste hasta poder dormirte y la única vez que lo viste en todo el día fue en el portarretratos de tu mesa de luz junto a la lámpara.

Aunque claro, «te llamó mientras hacías las estúpidas e innecesarias llamadas a la compañía» pensaste. 

En los ojos de HelenaWhere stories live. Discover now