La verdad por una mentira.

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Alice

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Alice.

—¿Qué contiene?—pregunté a los chicos detrás de una estantería llena de libros, y entre susurros de lo que deciamos me mostraron el sobre.

—Hay lo mismo: una memoria y una carta con indicaciones.—Concluyó Cris entre-abriendo el sobre que llevaba en sus manos.

—No podemos dejar a Even sola, qué va a pensar—repuse.

—Es verdad debemos volver.—dijo Helen dándome la razón.

Even estaba sentada en aquella mesa al regresar, la mesa ya estaba llena de lápices de colores de todo tipo, libros, papeles y lapiceros extravagantemente brillantes, pero que al mismo tiempo eran hermosos. Aquellos colores estaban perfectamente guardados en una cajita, y digo perfectamente pues estaban del lápiz más grande al más pequeño, al igual que las cartulinas; si yo pensaba que era obsesiva, Even era igual, y hasta peor.

—Ya tengo todo aquí para empezar con el trabajo—dijo ella sentada y mirandonos con una dulzura extraña.

—Ok, pues empezemos.

El resto de la tarde la pasamos en un treinta porciento del tiempo haciendo el trabajo, y el resto lo pasamos riendo y conociendo más sobre la que ahora era la interesante vida de nuestra amiga. Ella nos contaba cosas sobre su vida y nosotros respondíamos a ellas con sucesos de las nuestras, pero nunca mencionamos algo sobre Sara, o sobre lo que había sucedido con ella unas semanas atrás. Hablábamos sobre cosas como nuestros hermanos, nuestros padres, nuestros gustos y de nuestras vidas, llegando a un punto de entablar una conversación como si nos conociéramos de toda la vida. El tiempo iba pasando más rápido a medida que hacíamos la tarea, y luego nos dimos cuenta que ya el lugar estaba a punto de cerrar y que debíamos salir, pues ya eran casi las siete de la noche; y mientras recogíamos todo el desorden de la mesa nos preguntábamos <<En ¿qué momento se pasó el tiempo tan rápido?>>. Salimos de la biblioteca y nos paramos en la cera para decidir a donde íbamos ahora. Cada uno decidió ir a su casa y terminar su trabajo individualmente. Todos nos despedimos y nos decimos los unos a los otros lo gratificante que fue pasar una tarde juntos—y si que lo fué—todos caminaron por senderos diferentes al salir de la biblioteca, mientras que yo, al cabo de una cuadra de camino recorde que se me había quedado el teléfono en la mesa.

—Demonios—me dije a mi misma corriendo hasta la biblioteca antes de que cerraran por completo el lugar.

Toqué la puerta con ansiedad y una señora de rostro no muy amigable me abrió y me preguntó con frialdad:

—¿Qué necesitas?

—Lo lamento, estaba con mis amigos aquí y se me quedó mi teléfono sobre la mesa—dije con amabilidad—, podría entrar por favor, no me tardo.

La señora me dejó entrar sin decir una palabra, y cuando ya estaba dentro me dijo:

—No te demores.

La Culpa de lo que Somos.Where stories live. Discover now