Parte 1 Sin Título

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Un viernes soleado como tantos del estial salió de casa despavorido a causa del sueño de madrugada donde se veía solo en medio de una selva remota llena de árboles que se erigían en lo más alto impidiendo el paso de los rayos del sol y a su vez inundando el lugar en una oscuridad infinita. Tomó la línea del tren que lo llevaría a su destino y se apeó en la estación Miguel grau, donde tomó la ruta en dirección hacia el centro de lima. Una vez allí caminó en medio del tumulto de gente que se dirigía a paso ligero. Unos a sus centros de labores, otros a donde el azar los llevase.

−¡Hey tú! –se oyó una grito casi ahogado que a los segundos se perdió en medio del bullicio reinante.

Volteó a ver y ante él se dirigía un hombre de un tamaño muy impresionante de aspecto andrajoso, que a lo lejos los harapos que colgaban de él se balanceaban como hojas mecidas por el viento.

−Pedro, eres tú Pedro –decía aquel hombre mientras se acercaba tambaleándose y abriéndose paso entre el caminar monótono y apresurado de la gente.

Lo miró y su sorpresa fue que aquel hombre de apariencia mísera era Eduardo.

−¿Ahora sí ya me reconoces compare? –le susurraba el hombre de cerca mientras se desprendía de su paladar un fuerte olor hediendo.

De su rostro emanaba un líquido diáfano producto del inclemente sol de verano. De pronto añadió:

−Me ha pasado de todo. He tenido unos tremendos problemas que no se los deseo a nadie, compare –espetó. Mientras se asió con una mano el cabello de manera delicada.− Comprendes que en estos tiempos la vida se ha vuelto muy dura para un hombre como yo.

Ante la sorpresa del momento y la prisa que llevaba, Pedro se decía dentro de él, si realmente valía la pena detenerse a escuchar a aquel hombre. Lo recordaba, cuando tiempo atrás en la adolescencia ambos compartían y disfrutaban las lecturas de Faulkner y Tomas Mann. Durante las noches, de aquellos buenos años mozos, debatían vehementemente durante largas horas sin cansancio alguno. Ahora, lo veía después de muchísimo tiempo. Estaba decidido, lo ignoraría:

−Se confunde de persona –dijo con un tono sentencioso y frío.

−Para nada. Eres Pedro, mi amigo.

−Si busca dinero, aquí tiene –dijo, estirando la mano con una gran cantidad de centavos que sacó de manera apresurada de su bolso. Las dejó caer en la mano del hombre y se retiró a paso ligero y monótono como el resto.

A lo lejos, cuando caminaba y el cielo empezaba a tornarse gris. Escuchó a modo de despedida nuevamente la voz de su amigo con un tono ahogado y sentencioso:

−¡Hey Pedro!, no sabes Lupita a muerto.

RecuerdoWhere stories live. Discover now