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Puente Golden Gate, 24 de diciembre de 1987, 6:58 AM.

Una densa niebla tapaba en su totalidad la gran estructura de hierro. El viento frío era tremendamente despiadado, atrayendo aún más una gran neblina oscura que cubría por completo el gran puente.
Unos pasos se podían escuchar entre la niebla, seguido de un llanto desgarrador. No había nadie alrededor, solo unos automóviles que pasaban por allí. Nadie reparó en aquella presencia.

El rostro joven de aquél sujeto, vestido totalmente de negro, (campera de cuero al igual que su pantalón y zapatos); estaba inundado en lágrimas, en un intento vano por mirar hacia el agua, no vió más que niebla al igual que en todo su alrededor.

Apoyó ambas manos sobre la barandilla, y rompió en llanto una vez más. Su mente y su corazón estaban destrozados, no veía otra salida que lanzarse hacia las heladas aguas y desaparecer para siempre.
Como pudo y sin dejar de sollozar, trepó subiéndose a la barandilla, ya estaba listo y decidido a dejar su maldita vida atrás y para siempre.

Unos brazos rodearon sus piernas firmemente, provocando que cayera de nuevo a la vereda del puente...

El joven, tirado en el suelo junto a su salvador, lloró aún más... alguien había impedido que se suicidara.

—¡¿Por Dios estás bien?! —le preguntó una masculina y quebrada voz.

Pero el joven seguía llorando. La densa niebla ni siquiera dejaba ver en su totalidad el rostro de ambos, de modo que el preocupado joven, ayudó al suicida a ponerse de pie.

—¡No hay motivos para llegar a ese extremo, por favor ven conmigo, mi nombre es Steven... Steven Douglas!  ¿Cúal es el tuyo?  —le dijo al tiempo que abrazaba al joven suicida. En un intento de que entablara una conversación con él y olvidase por un segundo que estuvo a punto de quitarse la vida.

—¡Maldito hijo de perra...! ¡¿porqué lo hiciste...!? —le gritó el chico frustrado, apartándose de él.

—¡Oye, espera ven conmigo, no te haré daño, solo hablemos... seguramente estabas solo pero ahora yo estoy contigo, por favor ven! —dijo nerviosamente. 

—¡¿Quién mierda eres... de dónde apareciste?!

—¡Justo pasaba por aquí, vivo a pocas calles de este lugar, ven te invito un café... por favor!— rogaba Steven en un intento por sacarlo lo más rápido posible de aquel puente.

El joven suicida trató en vano de verle el rostro a Steven, la niebla no lo permitía.

—Yo... no sé quién demonios eres pero me largo de aquí. 

—¡No espera ven conmigo, quiero ser tu amigo... por favor! —rogó Steven extendiéndole una mano.

El joven de la chaqueta de cuero se tambaleó intentando ver el rostro de quien lo salvó. Tenía unas copas de más, pero igualmente estaba conciente de todo.

Sin tocar la mano de Steven, el joven rockero comenzó a caminar lentamente.
Su salvador, quien era mucho más alto, lo siguió apoyando una mano sobre el hombro del chico y lo guió hasta su casa, un modesto departamento, a solo unas calles del puente.

Camino al hogar, el joven suicida ahora si pudo ver el rostro de aquel chico que lo salvó, no pudo dejar de observarlo.

—¿Qué pasa que me miras así? —rio Steven—. Al final no me haz dicho tu nombre ¿cómo te llamas?

—Johnny... Jhonny Smith... ¿cómo era el tuyo?

—Steven Douglas.

Jhonny comenzó a reír. 

—¿Douglas?  Qué apellido más marica. 

—ah sí como sea, ven...  —dijo riendo invitándolo a pasar a su pequeño pero cálido hogar. Aquél comentario de "marica", parecía no haberle afectado en absoluto.

Subieron por unas escaleras hasta un tercer piso.
Podía ser algo peligroso que dejara entrar a un extraño a su hogar, pero algo le decía que debía hacerlo, acababa de salvarlo de la muerte y sintió la necesidad de acogerlo y protegerlo.
El Departamento de un ambiente, tenía grandes ventanales con una vista espectacularmente hermosa, allí a lo lejos podía verse el Golden Gate en todo su esplendor, y más lejano la increíble isla de Alcatraz.

Steven lo invitó a que Jhonny se sentara en su cama mientras se disponía a preparar el desayuno pero en un minuto en el que desapareció para ir al baño, salió y vió al joven rockero dormido.
Suspiró, lo observó amorosamente y suavemente le quitó los zapatos, tomó una gruesa manta y lo cubrió con ella.

Se preparó un café,  se sentó en un gran, esponjoso y cómodo sillón, desde allí no podía evitar mirar una y otra vez a Jhonny, preguntándose que es lo tan terrible que le pudo haber pasado para que tomará esa dura y drástica decisión de quitarse la vida.



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