Castillo

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Un pequeño castaño de aproximadamente 4 años se encontraba armando un gran castillo con piezas de lego, le encantaba crear cosas, en su hogar veía a su mamá hacer lo mismo, sólo que ella lo hacía con "lodo". De vez en cuando lo dejaba jugar con aquel material, de grande quería ser cómo su mamá, pues lo que hacía se le hacía muy divertido.

Aquel pequeño estaba muy concentrado ensamblando aquellas piezas, su obra maestra estaba casi terminada, estaba emocionado, cuándo sus padres llegarán se los iba a mostrar.

—¡Cuidado!

Escuchó de repente, volteó y vio un balón dirigiéndose hacia él, sólo pudo hacerse para atrás, cayendo de sentón, viendo cómo aquel balón se estampaba con su castillo, derribando la gran mayoría.

—Mi castillo...—Susurraba desanimado

—¿Estas bien?

Frente al pequeño se encontraba otro niño, el cual le estaba extendiendo su mano para ayudar a levantarlo.

Por un momento había olvidado dónde estaba... había escuchado a su madre decirlo, una guardería. Ese día por el trabajo de su papá habían ido a otra ciudad, el pequeño castaño estaba emocionado, pero no le duró mucho el gusto, ya que sus papás lo metieron en aquel lugar, estaba a punto de hacer una rabieta, pero al ver la dura mirada de su padre supo que no era lo correcto, así que muy a su pesar terminó resignándose, confiando en la promesa de su mamá de no tardar.

Miró a aquel niño, tomó su mano y le ayudó a levantarse. Cuando estuvo frente a él notó que era ligeramente más alto, su cabello era castaño y rizado, los ojos de ese niño eran del mismo color que los suyos, aunque se veían un poco más claros y sus pestañas eran muy largas.

Observó cómo el niño se daba la vuelta y recogía aquel balón.

—¿Esa pelota es tuya?

El rizado asintió. —Pero no es una pelota, es un balón.

El menor frunció sus labios acercándose al otro, le arrebató el balón aventándolo lejos.

—¿¡Qué haces niño!? —preguntaba enojado el más alto.

—¡Por tu culpa y tu pelota mi castillo se arruinó!

El otro volteó al piso y notó las piezas regadas. —Esa cosa no era un castillo—respondió a la defensiva

—¡Si lo era y tú lo arruinaste!

—Pues te hice un favor, ya que estaba muy feo.

El menor se enojó mucho y empujó al otro niño.

La acción molestó al rizado, empujándolo de regreso. El otro iba a responder, pero fueron interrumpidos por un par de manos.

—¿Qué está pasando aquí? — Demandaba una joven azabache, encargada de aquel lugar.

—Él tiró mi castillo— señalaba aquel castaño al otro acusadoramente.

—Fue un accidente— Decía el otro en su defensa.

—A ver tranquilos... los accidentes pasan ¿De acuerdo? — miraba la chica a ambos niños. —Estoy segura de que no lo hizo con mala intención... ahora discúlpate con él ¿sí? —. Esta vez sólo se dirigía a uno de los niños.

El rizado hizo un puchero, cruzó sus brazos y volteó la cabeza. — Perdón por tirar tú feo castillo...

—¡Oye! — recriminaba el más pequeños de los dos.

—Pequeño esa no es manera de disculparse... —Decía la mujer suspirando.

—No me importa, ya lo hice, así que déjenme en paz — Aquel chiquillo se dio la vuelta y empezó a correr en dirección a su balón.

—Lo siento mucho pequeño— aquella mujer se inclinó para quedar a la altura del niño —te ayudare a recoger las piezas y volveremos a armarlo ¿de acuerdo?

El menor negó con la cabeza. —Lo haré yo

La niñera asintió, dejando al niño en ese lugar.

Por su parte el otro castaño se encontraba en el otro extremo de la sala, vio como el niño con el que se había peleado se agachaba para recoger las piezas que se habían caído, se le veía triste, entonces sintió culpa. Antes de que el accidente pasara él había notado ese castillo, llamándole mucho la atención, le estaba quedando muy bien y él por estar viendo no se dio cuenta en que dirección había pateado su balón, causando todo ese desastre.

El pequeño castaño seguía concentrado recogiendo las piezas. Unas pequeñas manos se le acercaron, extendiéndole más de aquellos cubos. Volteo extrañado, frunciendo el ceño cuando notó de quien se trataba.

—¿Qué quieres? — preguntó molesto.

El castaño de rizos se agachó, continuó acercándole piezas. —Lamento lo que hice... — Dijo en un pequeño susurro, que por suerte fue escuchado por el otro.

Se giró para verlo y notó que tenía la mirada baja.

—Esta bien, te perdono

El más alto alzo la vista, sonriéndole. Siendo respondido con una sonrisa igual de grande por parte del otro niño.

—¿Amigos? — pregunto el más bajito, mostrándole su mano extendida —Yo me llamo Diego ¿y tú?

—Amigos— tomó aquella mano, estrechándola también. —Yo soy Mateo.

Ambos niños construyeron de nuevo aquel castillo, quedando esta vez más bonito y más grande. Fueron felicitados por los otros pequeños que ahí se encontraban y por las encargadas de aquel lugar. Para celebrar aquel logro, las cuidadoras les dieron unos bocadillos con unos jugos.

Cuando Diego recibió el suyo se emocionó. —¡Mango! —dijo viendo el dibujo de la caja.

Mateo que estaba al lado de él también se emocionó viendo el jugo que le había tocado. El brillo de sus ojos se esfumó, frunciendo el ceño. —Naranja— dijo.

El pequeño Mateo se puso de pie, se acercó a una de las encargadas, jalándole la parte baja de la playera para llamar su atención. Aquella chica le dedico atención preguntando que necesitaba.

— ¿Ya no hay de mango? — preguntó el niño señalando su jugo.

La mujer negó, diciendo que ya habían entregado todos los jugos.

El menor bajó su cabeza y caminó hasta su lugar sentándose.

—Toma— le dijo su nuevo amigo, el cual había escuchado todo, extendiéndole el jugo que le había tocado a él.

—Pero es tuyo— decía el otro, negándose a aceptarlo.

—Podemos cambiar, a mi me gusta más la naranja

Convencido aceptó la idea de su amigo, intercambiando bebidas. Logrando así disfrutar del refrigerio que les habían dado.

Apenas iban terminado cuando una de las chicas a cargo llamó a Diego, sus padres habían llegado por él. El menor se puso feliz, ya extrañaba a sus papas, pero también se puso triste por dejar a su nuevo amigo. Mateo también se puso triste.

—Nos volveremos a ver Mati

El nombrado sonrió asintiendo.

—¿Promesa? — pregunto el pequeño castaño, mostrando su mano estirando su dedo meñique.

Mateo sonrió, enlazando su dedo meñique con el del otro. —Promesa.

Momentos MATIEGO 💙Donde viven las historias. Descúbrelo ahora