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Domingo

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Domingo.

—¿…otra vez esa canción?

A pesar de que Harry pretendía poner una sonrisa de disculpa, sabía que no lucía como una. No se sentía para nada culpable.

—Amo esa canción —Se balanceaba sobre los pies, girando, en un alarde de destreza que él mismo se aplaudía, porque no cualquier chico de dieciocho años podía balancearse de ese modo y conservar el equilibrio al borde de una acera, un pie delante del otro, cuando la mitad de su sangre debía estar contaminada por el alcohol que compartían.

La idea de haber notado algo extraño en la manera en que Draco lo observó al sonreír, se desvaneció de su mente poco después de haberse formado. Harry le pidió la botella que llevaba, le dio un trago largo, y siguió con su ardua labor de destrozar su canción favorita de Oasis.

Cuando una segunda voz se le unió en su parte preferida, no pudo hacer más que sonreír como un tonto, observándolo seguirle el juego.

I said maybe / you're gonna be the one that saves me —Draco saltó sobre el borde de la acera, uniéndose a él, y le ofreció una mano. Sin pensar, Harry lo sujetó y se dejó arrastrar, ahogando la risa, en esa vuelta que le hizo dar, despacio—. And after all, you're my wonderwall.

—Siento que wonderwall es como- como lo más tierno y lindo que le puedes decir a alguien que te gusta —Declaró, trabándose a causa de su mente embotada, y echándose a reír enseguida por lo extraño que sonó.

De nuevo, Draco le dio una de esas miradas largas, las que eran extrañas, y que solía dedicarle nada más cuando se encontraban a solas. Como en ese momento. Harry se encogía un poco cada vez que pasaba, cohibido, porque era la única persona del mundo que lo hacía sentir que podía ver a través de él.

Wonderwall —Draco sonrió de lado y dejó que siguiese caminando, tarareando la misma melodía, otra vez, desde el principio.

Harry seguía jugando a balancearse sobre una falsa cuerda floja, intercambiando la botella cada poco tiempo para otro trago. Su mirada fija, clavada en su espalda, lo hacía voltearse de vez en cuando, o darle miradas por encima del hombro.

—¿Qué? —Preguntaría él, con una sonrisa tonta que no podía controlar. Entonces Draco ladearía la cabeza, le devolvería la sonrisa, y contestaría con un divertido:

—Nada —Y dejaría que siguiese tambaleándose por ahí, entre risas estúpidas de las que no era consciente.

Cuando el suelo comenzaba a perder consistencia bajo sus pies, tras un trago largo, el mundo dio una vuelta brusca al girar la cabeza, que lo mareó. Harry decidió que era suficiente de moverse por la calle desolada que conectaba el centro de la ciudad con el área turística de las posadas y hoteles.

Agosto Donde viven las historias. Descúbrelo ahora