EPÍLOGO

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Sarada se había mudado a su departamento cuando comenzó su segundo cuatrimestre en la Universidad. Estudiaba para ser profesora de Literatura. Boruto decidió estudiar algo más complejo, para ayudar en el laboratorio de su familia, farmacéutico. El señor Sasuke lo ayudaba con las materias más difíciles y en especial con los exámenes. En sus tiempos libres los ayudaba en el proceso de selección de parejas invertidas. La próxima en probarlo sería su hermana, quien comenzaría su experimento la semana que viene junto con un chico llamado: Kawaki. ¿El problema? Himawari sentía cosas por su ex compañero de clases Inojin, que también estudiaba junto con él en la universidad y desde el año nuevo pasado, habían intercambiado sus teléfonos. Inojin estaba por contraer matrimonio y eso no le importó.

Después de haberse mudado al mismo departamento, Sarada buscaba la forma de turnarse para hacer la cena o el almuerzo, a veces las preparaba Boruto y otras veces ella. Lo mismo para mantener ordenada y limpia la casa. Se repartían las tareas y eso era gracias a que podían llevarse bien sin problemas. Boruto llegó agotado del laboratorio de sus padres. Se quitó la corbata que lo estaba acogotando y la arrojó al perchero. Se quitó los zapatos e ingresó en el pasillo, para así saludar a Sarada desde la entrada.

—Ya estoy en casa.

—Bienvenido—la escuchó decir desde el otro lado de la casa.

Eran las ocho de la noche y estaba preparando la cena. El olor a guiso se impregnó en sus fosas nasales y fue inevitable no caminar hasta allí. Llevaba puesto una camisa blanca y unos pantalones de vestir. Al detenerse frente a la puerta de la cocina, le dio una rápida ojeada, de pies a cabeza. Con ese delantal ajustado a su estrecha cintura la volvía provocativa. Relamió sus labios y se acercó para rodearla por la cintura. Sarada se sobresaltó al sentir su respiración en su oído.

—¿Me extrañaste?

—Boruto, estoy cocinando—se quejó levantando la ceja.

—Deja eso para después, no tengo hambre de eso—dijo sin poder contenerse.

Sus manos se deslizaron por su cintura, bajando por sus muslos, la falda que llevaba puesta facilitaba muchas cosas, por lo que tan pronto sintió su piel desnuda, subió para frotar su cavidad femenina. Sarada se estremeció al contacto y unió sus piernas al sentir sus dedos rozar su cavidad por encima de la tela. Soltó un leve gemido.

—Boruto...—se quejó.

Con su mano libre, apagó la hornalla y luego continuó frotándola. Otro leve espasmo la dejó sin aire. Su piel estaba más cremosa que antes. Quizá porque todavía estaban en verano y el sudor se le pegaba de una manera deliciosa. Enseguida deslizó ambas manos por entre sus piernas, haciendo que su cuerpo vibrara por completo, bailando sin poder contenerse por cada roce. Quería detenerlo y la tentación le ganaba, suspiró del placer, en especial cuando el rubio metió una de sus manos por debajo de sus prendas y rozó su piel desnuda. Otra oleada la excitó, lo sujetó de su cuello para aferrarse y se volteó, para apoyarse contra la mesada.

Boruto siguió frotando su zona erógena, haciendo que soltara otro gemido, diciendo su nombre en un hilo de voz, parecía que estaba más sensible que otras veces, por lo que ella fue la que comenzó a desabotonar su camisa, con lentitud, mientras no dejaba de gemir. Por cada botón que desabrochaba, el rubio afianzaba sus movimientos, subiendo y bajando, haciendo que la volviera loca.

—Ah, Boruto...harás que llegue pronto.

—Y yo ya te quiero adentro—musitó en su oreja, lamiéndola.

Sarada terminó de desabotonar su camisa y se la quitó, para así deslizar sus pequeñas manos sobre su torso desnudo, tan perfectamente, delineado. Bajó una de sus manos para meterla por debajo de su pantalón, jugando con su miembro. Ambos jadearon sus nombres excitados. Aceleraron los movimientos al mismo ritmo, mientras sus pulsaciones le indicaba que estaban disfrutando cada roce como nunca, quizá porque estaban gastando más energías que lo habitual. Boruto la alzó por la cintura y la llevó hasta la habitación. No iban a poder continuar allí. Mientras se besaban desenfrenados, desesperados por seguir tocándose, el rubio no podía creer que seguían sin estar casados. ¿Por qué demonios no podía ser su esposa legal? Le molestaba decir que estaba "soltero".

Invertidos (Borusara)Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz