XXIV

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Tal y como Benjamin lo predijo, mi mamá accedió a que saliera con él esta tarde, o más bien noche. Si hace dos meses me hubieran dicho que en este instante —o en cualquier instante— estaría sentada en el asiento delantero del imbécil que se ha vuelto Benjamin Dirksen con él a mi costado conduciendo, me hubiera reído tan fuerte que me habrían escuchado en Cambodia, pero la vida nos da mucha sorpresas.

—A todo esto —tomo la palabra—, no me has dicho adónde estamos yendo.

—Las mejores cosas son sorpresas, Jenkins.

—Tal vez, pero no los favores que les hago a zopencos por caridad —espeto, pero, por primera vez, lo hago bromeando.

—Diría 'auch', pero sé que te vas a divertir tanto con el tío Ben que al final de la noche serás tú quien me estarás dando las gracias por traerte conmigo.

—Te sobreestimas. Además, dudo que seas capaz de tener suficiente motivación como para divertir genuinamente a una chica con la que no planeas acostarte al final de la noche.

—¿Y quién dijo que no planeo acostarme contigo al final de la noche?

¿Q-Q-Q-Qué?

La mandíbula esta vez no se me cae al suelo, sino que arremete contra el mismo igual de fuerte que un taladro y por ende lo perfora para enseguida comenzar a sentir el calor de los rincones más profundos del subsuelo. Aun así, la hipérbole no le hace justicia a mi estado de shock.

—Benjamin, ¿¡qué cojones acabas de decir!?

¡Relájate! —me grita entre risas al ver mi expresión—. ¡Era un chiste! Dios, parece que acabas de ver el fantasma de tu bisabuela en ropa interior. ¿Nunca te han hecho una broma?

—Hay niveles de broma, Benjamin, ni-ve-les y por lo tanto límites.

—Ya, ya. Cálmate. Desde que deje de conducir anotaré en mi libreta que a Isabella Emilia Jenkins solo se le pueden hacer bromas de señora.

—Tampoco exageres, Benjamin.

—Y ahora que me lo recuerdas, te quería pedir que por el amor de Jesucristo y de sus doce discípulos dejes de llamarme Benjamin. Mi papá es la única persona que me llama Benjamin y solo lo hace cuando me va a regañar.

—¿Prefieres entonces que te llame Benji?

¡No! ¡Dios! ¿Qué tienes en la cabeza? Ben, Isabella. Llámame Ben.

—Pero si Ben es nombre de tío —comento un tanto disgustada ante la idea de llamarlo como llamaría a un vendedor de autos de cuarenta y cinco años.

—¿Y acaso Benji te parece más normal? —me pregunta confundido.

—Baf... Tienes razón, la verdad es que ni yo sé qué tengo en la cabeza.

Benjam— Perdón, me corrijo. Ben ríe ante mi comentario y enseguida estaciona al frente de lo que parece ser la feria. Al final no resultó ser tanta sorpresa, pues ya me había sugerido ir al cine o a la feria como hacíamos antes cuando me había invitado a salir desde un principio.

—Cuando dijiste sorpresa asumí que te referías a uno de esos sitios que te ponen en aviones para que saltes del cielo o a un parque de agua.

—No sé en qué mundo hay chicos que pueden preparar semejantes sorpresas en el lapso de una hora y me imagino que tú tampoco.

—Hmm... Buen punto.

Nos bajamos del carro y nos acercamos a la tienda de tickets para la feria. Benjamin se encarga amablemente de comprar los tickets, aunque al parecer es amigo del chico que trabaja vendiéndolos y consigue un descuento bastante significativo.

Al otro lado de la calleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora