Capítulo 1

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- ¡A cenar!

Mi abuela lleva una olla humeante en sus brazos. No puedo evitar sonreír, aunque sea lo último que quiera hacer. La fragancia sopera se extiende por el salón de una manera imperceptible. Me sirve un plato de caldo y llena mi vaso de agua; sin duda, está riquísimo. Su mirada me trae muchos recuerdos, incluso momentos que no he vivido junto a ella. Había sufrido mucho a causa de la guerra. Me mira con curiosidad y espera que diga alguna palabra.

- Gracias por la cena, Sofía. – le agradezco con una sonrisa.

De hecho, es la única que queda con vida y sigue cuidando de mí, así que debo ser agradecida. A pesar de la melancolía, se respira un ambiente familiar y acogedor. Parece una cena entre dos recién casados: cruzamos pocas palabras, pero nos entendemos perfectamente.

La distancia a penas se percibe, pero me parece estar muy lejos de ella. Quizás sea porque no han pasado ni seis horas desde la muerte de mi madre y el dolor ha abierto una brecha de silencio entre ambas. Estoy agotada de sentir dentro de mí el llanto de una niña pequeña. El dolor es inquebrantable: he perdido a la persona que más quiero, la única que me comprendía, me abrazaba y me susurraba el futuro cada noche. La única mamá que tendría en la vida se había ido a un mundo lejano y desconocido, cuyos habitantes están sedientos aguardando el momento para revivir. Si tú revives y es eso cierto, escoge bien el nuevo cuerpo, para que pueda quererte aun mejor que antes. Lo siento, mamá. Te quiero, de verás, aunque no lo escuches de mi boca de chica rebelde, aunque no me veas cariñosa cuando me hablas, aunque no sea quien querías que fuese. Te quiero, de verás.

El sobresalto me ha cogido de imprevisto y no he parado de llorar desde lo sucedido; por suerte, no he sido testigo del acto. Tan solo he visto el charco rojo carmesí en la estación, las vallas, los policías, los gritos... todo menos a mi madre. Cuando llamaron a mi abuela, vino lo más rápido que pudo. Actuaba rápidamente, sin pensar, como si supiese lo que tenía que hacer. Yo la miraba aterrorizada sin saber qué decir.

- ¿Cómo se llama usted? ¿Sofía? De acuerdo. ¿Sofía, has visto alguna vez a este hombre cerca de tu hija?

Tan solo escuché las preguntas que el policía le hacía a mi abuela con atención. Ella respondía apresuradamente a todo cuanto le pedían. ¿Sabía de qué se trataba de antemano o era capaz de asimilar dicho acto con sangre fría?

En ese momento, levanto mi mirada y parece que me lee el pensamiento. Hacía tiempo que no la veía; sin embargo, me ha traído a su casa para que no esté sola en la mía. Me sentiría muy perdida. Mi padre ya hacía años que se había ido y a penas le había visto en casa. Tan solo recordaba sus ojos negros que, a diferencia de los míos, eran tristes, muy tristes. De repente, recuerdo una imagen nítida en mi mente: las huellas de barro que había en la entrada de la estación. Luego recibo premoniciones de hechos que nunca he vivido, pero que parecen reales; siento un murmullo cálido cerca de mí. Me giro con celeridad, pero solo veo el televisor encendido: el cielo está parcialmente nublado... Estoy a punto de enloquecer: estoy en un mundo turbio, lleno de temores oscuros. El espacio se transforma en una habitación fría que chorrea aceite densamente. Las paredes se acercan y cada vez me siento más observada e intimidada. La claustrofobia que siento se evapora, de repente, y vuelvo al mundo real, alejada de mi subconsciente.

Respiro sosegadamente y pienso en lo que he hecho durante la hora anterior: he vuelto a casa, me he tomado una ducha con agua caliente y ahora estoy cenando con mi abuela. Sigo sorbiendo el caldo intensamente hasta quemarme la lengua y sentir de nuevo algo de vida fluyendo en mi interior. Miro el reloj detenidamente.

- En veinte minutos volveremos a la estación para ayudar con la investigación. Vendrás conmigo, tienes derecho a saber quién la ha matado.

Está muerta, pero no saben cómo. Mis pensamientos se ahogan entre ellos y no me permiten pensar con claridad. ¿Sofía, me llevarás al lugar exacto...? No me responde. Mi abuela ha perdido a su hija y ahora yo soy su única esperanza, y ella, la mía. Debemos solucionar el caso, aunque sea lo último que hagamos juntas. Podríamos estar en grave peligro.

Ya no caen lágrimas de mis ojos, ya que el dolor se ha cristalizado por dentro. Nunca podré olvidar el último beso de mamá esta mañana. Ha venido a mi cuarto, me ha despertado y me ha dicho que llegaba tarde al instituto. Me he hecho la dormida durante varios segundos. Entonces me ha zarandeado, me ha agarrado las muñecas con una mano y me ha hecho cosquillas con la otra: era su táctica desde que era pequeña, ya que la risa era mi punto débil y siempre acababa cediendo.

- Para, por favor. ¡Ya me levanto, mamá!

Me he vestido y he seguido riendo sola. Entonces ella se ha acercado, me ha mirado y me ha besado en la mejilla delicadamente.

- Me voy al trabajo, guapa. Disfruta del día. Ya sabes, esta tarde quedamos para merendar: una quedada de chicas. Iremos a dar una vuelta por el centro y miraremos unas botas nuevas para ti. ¡Adiós, mi niña!

Sin embargo, el mismo beso de despedida de cada día había sido especial: el último. ¡Cómo había cambiado el plan! Seguiré recordándote para siempre, tenlo por seguro. Seguirás siendo aquella madre que siempre quise ser.

Me dirijo hacia la mesita de noche del cuarto que me ha dejado mi abuela, enciendo la lámpara pequeña y busco algún libro que tenga guardado en sus cajones. Abro el primero: botones e hilos. Abro el segundo: un montón de cartas. Hay una de un color diferente; se desliza entre mis dedos suavemente y cae al suelo. No sé de quién es, ni tan siquiera recuerdo haber visto un sobre tan curioso como aquel. Lo recojo, me tumbo sobre la cama y lo abro con delicadeza y parsimonia. Se respira la expectativa en el ambiente. Veo una foto de mi abuela y yo recostadas en el banco de la estación de tren donde ha sucedido el crimen. No recuerdo haber vivido esto. Tampoco puedo leer bien la fecha que figura en la parte superior derecha. Es imposible: sé que no he estado allí, ya que llevo dos meses sin ver a mi abuela. Sin lugar a dudas, no puede ser cierto. Me levanto rápidamente de la cama, busco un par de botas y me las pongo. Luego prosigo a buscar una chaqueta de cuero y unos vaqueros apretados en su armario. Afortunadamente, aún queda ropa de cuando mamá era adolescente: me sienta genial. Cuando estoy lista, voy hacia la puerta sin avisar a mi abuela. Tengo que averiguar de donde ha salido esa foto por mi misma. Supongo que Sofía no me lo dirá. La conozco poco, pero lo suficiente como para saber sus opiniones: todavía no es el momento; aguarda, muchacha...

Tristes ojos negrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora