La Noche de Tormenta

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El incesante tintineo de una gota dando sobre algún metal la mantenía en vela en la madrugada de aquella noche de tormenta. Eran tal vez pasadas las tres de la madrugada y el estruendoso ruido la hizo deslizarse fuera de sus sábanas de seda. Prendió la lámpara de aceite a un lado de su cama y, subiendo su largo camisón, salió de la habitación. Ella misma le pondría fin al incesante sonido a como diera lugar.

"¿Es que nadie en esta casa escucha el martilleo de la gota?"; se preguntó.

La vivienda estaba en penumbras, solo iluminaba su camino la tenue luz de la lámpara de aceite en sus manos y el resplandor de algún rayo que caía en la distancia, que su luz intensa se filtraba por las ventanas por escasos segundos para alumbrar cada esquina de la casa que alcanzaba.

— ¡Fred! ¡Merry! —gritó, buscando al mayordomo y la criada.

Su voz se perdió en el ensordecedor retumbar de un trueno. La casa se había iluminado con la luz del rayo e incluso sintió a la estructura de madera vibrar con el estruendoso sonido. Todo había sucedido en un segundo y luego volvió a hacerse la oscuridad en la residencia. Cuando el susto del escándalo pasó, continuó su descenso por las escaleras. Desistió de buscar a la servidumbre del hogar con el pensamiento:

"Nunca están cuando se les necesita". Eso era lo que siempre decía.

Además, ¿qué clase de sueño tenían todos en esa casa para poder seguir durmiendo con ese ruido infernal? No entendía cómo su padre aún no se había levantado y gritado al incompetente personal por estar dormitando y no resolver el problema de la gotera. En la mañana ella misma se encargaría de ese problema.

Al terminar de bajar las escaleras se detuvo a intentar identificar de dónde provenía el sonido de la incesante gota. Entre más escuchaba más parecía como si algo diera a propósito sobre el metal. Agudizó su oído y pudo distinguir que procedía de la parte trasera de la casa. Pasó el comedor y siguió hacia la cocina. Entre más se acercaba a esa área, más fuerte se volvía el ruido. Al entrar en la cocina sus pies descalzos tocaron algo húmedo en el suelo.

—Asqueroso. —fue lo que dijo, pensando que era suciedad que el servicio había olvidado limpiar.

El líquido se pegó a sus pies. Bajó la luz de la lámpara de aceite para tratar de averiguar qué era lo que estaba en sus pies, pero era demasiado tenue para distinguir qué era o de dónde emanaba la sustancia que pisaba. Decidió restarle importancia y continuar su búsqueda del irritante sonido que persistía. Buscó la puerta hacia el exterior, decidida a ir al patio trasero y ella misma acabar con tan molesto ruido.

Notó que la puerta trasera estaba entreabierta, la brisa de la noche de tormenta la hacía golpearse levemente con algo que evitaba que se abriera por completo. Frunció el ceño ante lo que veía. La servidumbre podía ser algo descuidada, pero eso era demasiado. Pensó que la fuerte tempestad tal vez había dañado alguna bisagra y abierto la puerta. Se acercó y empujó la plancha de madera para terminar de abrirla, pero lo que estuviera del otro lado era pesado y realmente entorpecía la salida. Cuando la pesada puerta cedió estaba decidida a salir y parar el sonido que la sacó aquella noche de su cómodo aposento. Grande fue su sorpresa cuando, al levantar la vista, se topó con una persona frente a ella. La impresión fue tanta que la lámpara resbaló de sus manos, golpeando el suelo y haciéndose añicos. Todo quedó en tinieblas y solo en pocas ocasiones se iluminaba con la luz de los relámpagos.

Frente a ella una delgada mujer estaba de pie. Su cabello negro medianoche estaba mojado y pegado a su rostro, cuello y parte de su pecho. Su vestido blanco estaba hecho jirones y gran parte de sus pechos se podían vislumbrar. Aparte su ropa estaba manchada en lo que lucía como barro y sangre en diferentes partes.

Crónicas de Vampiros// La Noche de TormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora