El Papa y el Antipapa

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En Roma, el Papa creía firmemente que era la iglesia, y no el Emperador, quien tenía la máxima autoridad en el Imperio. Barbarroja no lograba convencer al Papa para que viera las cosas bajo su punto de vista, así que nombró a su propio Papa. Por si eso no bastaba, el Papa y el Antipapa se apresuraron a excomulgarse mutuamente. Al final, Barbarroja decidió recurrir a la política de las armas. Si el Papa no atendía a razones, puede que lo hiciera cuando dos mil guerreros alemanes tomaran la península itálica. La más grande de las ciudades del norte, la capital virtual de Lombardía, era Milán. Los señores de Milán eran tan orgullosos como belicosos. Barbarroja estaba decidido a arrasar Milán como advertencia al resto de ciudades italianas y, en particular, al Papa de Roma. El mensaje era claro: el único y verdadero Emperador Romano era él, Federico Barbarroja.

Barbarroja no fue compasivo con los milaneses. Como respuesta a un intento de negociación durante el asedio envió a los seis emisarios italianos de vuelta a la ciudad. A cinco los había dejado ciegos, pero al sexto sólo le había cortado la nariz, para que pudiera guiar a los otros. La Italia del Norte fue conquistada sin piedad y puesta bajo el mando imperial. Pero Italia no quería someterse. La destrucción de Milán sólo sirvió, en todo caso, para aumentar la furia de las ciudades italianas contra el que sería su Emperador.

Federico Barbarroja: emperador y líderWhere stories live. Discover now