;;Prólogo

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En el altillo donde en los días de primavera la lluvia golpea suavemente el techo, y donde en las noches de diciembre el manto de la nieve se puede sentir afuera, a pocos centímetros, existe Mil Veces Gran Abuela. No vive ni ha muerto para siempre; ella... existe.

Y ahora que está por suceder el Gran Acontecimiento, que está por llegar la Gran Noche, y que la Visita a Casa está a punto de ocurrir, ¡Debo visitarla!


—¿Estás lista? ¡Allí voy! —La voz de Timothy se escuchó apenas, bajo la puerta trampa que tembló. 

—¿¡Sí!?

Silencio. La momia egipcia no se movió. Cautiva del tiempo, estaba apoyada en un rincón oscuro, como un antiguo ciruelo seco o una tabla de planchar quemada y abandonada, con las manos y las muñecas atadas sobre el pecho de barro seco, y un recuerdo brillaba en las líneas de sus ojos de lapislázuli azul oscuro, tras los párpados cosidos, mientras su boca, con la lengua marchitada y agusanada, silbaba y suspiraba y susurraba, para recordar cada hora de cada noche perdida de hace cuatro mil años, cuando ella era la hija del faraón, vestida con tules y sedas cálidas, con joyas que le brillaban en las muñecas, mientras corría por los jardines de mármol para ver la erupción de las pirámides en el aire ígneo de Egipto.

Entonces Timothy levantó la puerta trampa cubierta de tierra para entrar en ese mundo de medianoche del altillo.

—¡Oh, la Muy Bella!

Un leve polen de ceniza cayó de los labios antiguos de la momia.

—¡Ahora, la No Muy Bella!

—Abuela, entonces

—Abuela únicamente, tampoco —fue la suave respuesta.

—¿Mil Veces Gran Abuela?

—Eso está mejor. —La voz antigua llenó de ceniza el aire silencioso. —¿Vino?

—Vino. —Timothy había subido con una pequeña botella en las manos.

—¿Qué cosecha, niño? —Murmuró la voz.

—De antes de Cristo, Gran Abuela.

—¿Cuántos años?

—Dos mil, casi tres, antes de Cristo.

—Excelente. —Cayó ceniza de la sonrisa marchita.

—Ven.

Timothy se abrió camino entre un montón de papiros, y se acerco a la ahora No Muy Bella, cuya voz era increíblemente encantadora.

—Niño —dijo la sonrisa marchita—, ¿Me temes?

—Siempre, Gran Abuela.

—Humedece mis labios, niño.

Él se estiró para dejar que una única gota humedeciera los labios que ahora temblaban.

—Más —susurró ella.

Otra gota de vino tocó la cenicienta sonrisa.

—¿Aún tienes miedo?

—No, Gran Abuela.

—Siéntate.

Se sentó en la tapa de una caja pintada con jeroglíficos de guerreros y dioses como perros, y dioses con cabeza de león.

—¿Por qué estás aquí? —dijo la voz ronca bajo el sereno rostro de barro seco.

—¡Gran Abuela, mañana es la Gran Noche que he estado esperando toda mi vida! ¡La Familia, nuestra Familia, vendrá volando de todas partes del mundo! Gran Abuela, dime cómo empezó todo, y cómo se construyó esta casa, de dónde vinimos y...

—¡Basta! —lo interrumpió suavemente la voz.

—Déjame recordar mil mediodías. Déjame hundirme en el pozo profundo. ¿Silencio?

—Silencio.

—Bien —el susurro llegó a través de cuatro mil años.

—Así es como fue...

[♡;; 1 0 0 0]Where stories live. Discover now