[Cap. 1] ;;El pueblo y el lugar

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Al principio, dijo Mil Veces Gran Abuela, había un lugar en la extensa llanura cubierta de hierba, con una colina donde no había nada más que hierba y un árbol, tan retorcido como un rayo negro. Nada crecía allí hasta que llegó el pueblo y apareció la Casa.

Todos sabemos cómo se forma un pueblo, necesidad a necesidad, hasta que de pronto el corazón se pone en marcha y hace circular a la gente rumbo a su destino.

Pero, preguntarás, ¿Cómo aparece una casa?

El hecho es que el árbol estaba allí y un leñador que iba al Lejano Oeste se apoyó en él y adivinó que el árbol existía antes de que Jesús cortara madera y cepillara tablas en la casa de su padre, o de que Poncio Pilatos se lavara las manos. El árbol, dijeron, había atraído a la Casa desde los tumultos del clima y de las incursiones del Tiempo. Una vez que la Casa estuvo allí, con las raíces del sótano en lo profundo de unas lápidas chinas, era tal su magnificencia...

—Las fachadas se habían copiado de las últimas que se veían en Londres— que las carretas que trataban de cruzar el río, dudaron, pues las familias alzaban la mirada a la colina, y decidieron que, si este lugar vacío había sido bueno para un palacio papal, un monumento real o la morada de una reina, no había motivo para irse. Entonces las carretas se detuvieron, se dio de beber a los caballos, y cuando las familias atinaron a reflexionar, se encontraron que tanto sus zapatos como sus almas habían echado raíces. Estaban tan impresionados por la Casa de la colina junto al árbol con forma de rayo, que temieron que, si se iban, la Casa los seguiría en sueños y les haría despreciar todos los lugares que estuvieran más adelante, esperándolos.

Entonces, la Casa apareció primero y su aparición fue la materia de nuevas leyendas, mitos o tonterías de borrachos.

Parece que hubo un viento que se levantó sobre la llanura, trayendo una suave lluvia, que se convirtió en una tormenta que atrajo un huracán de gran fuerza. Entre la medianoche y el amanecer, la enorme tormenta arrastró todo lo que estaba suelto entre las fortalezas de Indiana y Ohio, desmanteló los bosques del alto Illinois y llegó al lugar por nacer, se estableció allí y, con la mano firme de un dios oculto, depositó, tabla a tabla y teja a teja, una excitante estructura de madera que, mucho antes de la salida del sol, se erigió como algo soñado por Ramsés, concluido por Napoleón, escapado de un Egipto de ensueño.

Dentro había suficientes vigas para construir San Pedro, ya la luz del sol, suficientes ventanas para cegar a una migración de pájaros. Había una entrada con suficiente espacio para que parientes e invitados bailaran en una celebración. Tras las ventanas, se formó un conglomerado, un panal, un laberinto de cuartos, suficiente para un listado, un escuadrón, un batallón de legiones por nacer,  pero cuya llegada había sido prometida por las visitas de los fantasmas.

Entonces, la Casa quedó terminada y techada antes de que las estrellas se disolvieran en la luz, y estuvo sola en la colina durante muchos años, incapaz por algún motivo de atraer a sus futuros hijos. Debía de haber un ratón en cada agujero, un grillo en cada hogar, humo en las numerosas chimeneas, y criaturas, casi humanas, que congelaran las camas. Y luego: perros rabiosos en los patios, gárgolas vivas en los techos. Todos esperaban que el inmenso trueno de la antigua gran tormenta gritara: "¡Qué empiece!"

Y, muchos años más tarde, finalmente, lo hizo.


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