Capítulo 2

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Narra Luisita

—¿Buscas a alguien? —pregunta la chica morena.
Es ella, la morena de antes, la que estaba bailando con su amiga en la discoteca. Joder. Calma, tengo que mantener la calma. Solo me ha hablado, no es para tanto. Está apoyada en la pared del exterior del local y tiene un cigarro en la mano al que le da una calada. Se ve tan jodidamente sexy que tardo unos segundos en recordar que me ha hecho una pregunta.
—Eh… —titubeo—. A mi hermana, busco a mi hermana.
—¿Cómo es? Quizá la haya visto.
Tira el cigarro al suelo, lo apaga con el pie y se acerca a mí. ¿Cómo un gesto tan simple puede resultar tan seductor? Trago saliva y pregunto lo más estúpido que se me ocurre.
—¿Me das un cigarro?
—Claro. —Abre su bolso, saca la cajetilla y me la ofrece.
—Gracias. —Cojo un cigarrillo y, acto seguido, me presta también su mechero.
Doy la primera calada, intento serenarme y esperar pacientemente a María e Ignacio. En algún momento tienen que aparecer. Ahora soy yo la que se apoya en la pared exterior, ella me imita.
—¿No ibas a buscar a tu hermana? —pregunta.
La miro de reojo y expulso el humo.
—No creo que la encuentre.
—¿Tan rápido te das por vencida? —Ríe.
Creo que no he escuchado una risa más bonita en la vida. Eso o que el alcohol me hace distorsionar la realidad.
—Ella me ha dejado sola por irse con su novio, así que paso. Ya la he esperado suficiente.
—¿Y el tuyo?
—¿De qué hablas? —Arqueo una ceja.
—De tu novio, ¿tampoco lo encuentras?
Con que a eso se refiere. Una vieja técnica para saber si tengo pareja.
—No tengo —respondo a la vez que doy otra calada.
—Que raro.
Está claro que disimular no sabe y yo opto por seguirle el juego. Estoy borracha, pero no tanto y puedo adivinar a la perfección sus intenciones.
—¿Raro? ¿Por qué?
—Bueno, porque… —ríe nerviosa—. No me hagas decirlo.
Doy una última calada al cigarro y lo tiro. Han pasado varios segundos, quizá minutos, y nos mantenemos calladas. Suspiro y me armo de valor para seguir con esto.
—Dilo. Necesito saberlo. Quiero saberlo —rompo el silencio.
Gira la cabeza y me mira más tiempo de lo que sería políticamente correcto. Parece pensar unos instantes hasta que decide ponerse frente a mí. Cerca, está muy cerca, cada vez más. Sé que me va a besar y, sinceramente, lo estoy deseando. Sin embargo, no lo hace. Sus labios se dirigen a mi mejilla para depositar un beso muy suave. No puedo esperar más, necesito hacerlo. La beso con deseo, con pasión, con ganas. Ella corresponde al beso encantada y me agarra por la cintura. Nuestras bocas se ven envueltas en un baile en el que nuestras lenguas marcan el ritmo. Solo se escuchan nuestras respiraciones agitadas. El deseo hace de las suyas y me tenso. No sé dónde colocar las manos, pero ella, que es muy lista, se da cuenta de qué algo me pasa y dirige mis manos hasta su culo.
Es entonces cuando me doy cuenta de lo que hago: me estoy besando con una mujer. Me quedo quieta, alejo mis manos de su culo y la aparto como puedo.
—¿Qué pasa? —pregunta extrañada—. ¿Quieres que vayamos a otro lugar?
No. No. No. Me sobrepasa todo lo que ha ocurrido en tan solo unos minutos, no contesto y salgo corriendo. Huyo de ella, de sus besos. Huyo hasta de mí.
—Espera —escucho sus gritos mientras me alejo.

Por casualidadWhere stories live. Discover now