Capítulo 11

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No recordaba con exactitud el día en que se conocieron. A veces, en sus memorias lo veía durante un día primaveral de lo más precioso. Otras era más bien una tarde lluviosa, de esas en las que su madre le obligaba a permanecer en casa para que no cogiera un resfriado. Una vez creyó remembrar su primer encuentro, y luego se dio cuenta que eso había pasado muchos años después. No importa cuánto pensara, él estuvo a su lado desde que tenía memoria.

Pero ahora esos días se veían muy, muy distantes.

Alice contuvo la respiración. Lo vio mover los labios más no llegó a oír su voz, su mente estaba en blanco. No supo cuánto tiempo pasó, podrían haber sido dos segundos o dos horas.

Fue Kentin quien, alarmado, le ayudó a salir de su trance.

—¿Princesa? ¿Se encuentra bien?

Balbuceó cosas incoherentes tratando de encontrar sentido a la situación, se aventuró a preguntarse si él habría ido por ella, o si se trataba de un cruel espejismo producto de largas veladas sin dormir.

Nunca imaginó que su reencuentro sería de esa manera, en esa situación. Después de esa noche habría tenido tiempo suficiente para pensar y planear todos los detalles, más en ese mismo instante no se sentía preparada para afrontarlo.

—Yo... esto...

—Señorita, ¿me permite su invitación? —Nath sonrió, pero no era la sonrisa que ella conocía. Era muy impersonal—. El señor Portner, por su puesto puede entrar, pero me temo que tendría que negarle la entrada si no cuenta con una invitación.

Sus palabras fueron suficientes para comprender un poco el contexto. Estaba allí por trabajo, lo que la llevó a preguntarse si su situación se había puesto tan mala que debía realizar trabajos extra para ganar dinero mientras que ella vivía encerrada en un palacio donde no le faltaba nada. Se sintió mareada, pero hizo un esfuerzo por responder.

—Claro. Aquí está.

—Señorita Arlelt —leyó directamente del papel, como si jamás la hubiese conocido—. Bienvenida. Espero que se divierta.

Algo comenzó a romperse en el pecho de Alice.

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Dio dos pasos dentro de la mansión Portner, y se encontró con más escaleras que ahora descendían dando pie a un enorme salón en el que varias personas elegantes conversaban unas con otras. Inmediatamente supo que la situación podría ponerse mucho peor al ver a su madre en medio de la habitación, pavoneándose frente a otros invitados. Por un momento se preguntó cómo es que había logrado conseguir el dinero suficiente para vestir ese conjunto adornado con plumas exóticas alrededor del cuello y dispersas a lo largo de la tela, pero al final intuyó que era regalo de la familia real. Al fin y al cabo, Castiel le habría dicho una vez que no le gustaría que la progenie de su prometida lo deshonrara.

Se sintió incómoda al estar en una posición en la que podía ser vista por todos los presentes, después de todo la construcción estaba hecha para que cada invitado se luciera frente a otros conforme entraba. Se asió nuevamente del brazo de Kentin, en parte por los nervios, en parte para evitar caerse con los tacones que usaba. Sin embargo no pudo dar un paso, pues el dueño de la casa fue el primero que se percató de su presencia.

—¡Señorita Arlelt! —Giles les saludó llamando la atención de todos los invitados que inmediatamente detuvieron sus conversaciones para lanzarle una mirada inquisitiva. También vio que su madre daba grandes zancadas para llegar a su lado, traía en su mano una copa ya vacía.

—¡Hola a todos!— su madre había adelantado a Giles y se dirigió a los demás, como si fuera ella la señora de la casa y no una invitada más—. ¡Llegó mi hija!

Another CinderellaWhere stories live. Discover now