Kimono

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Karen y Carlos eran una pareja joven que se mudaba a su nuevo departamento. Recién cumplidos tres meses de casados, recibieron por herencia un departamento en el centro, propiedad de una tía a la cual Karen apenas y había visto un par de ocasiones, y como en la mayoría de las familias, dichos encuentros habían sido solo en funerales.

Metieron la última caja de la mudanza, se sentaron en el sillón y en silencio dieron un paseo con la mirada a los viejos muebles que ya tenía el lugar que contrastaban con los pocos muebles, más nuevos y modernos, que los jóvenes habían comprado con antelación.

–¿Y bien? –preguntó Carlos rompiendo el silencio.

–Pues... –Karen suspiró y dudó un momento– no me puedo quejar, es mejor que el primer lugar que habíamos visto, pero no acabo de quitarme la espinita de por qué la tía Yuko nos heredó este lugar.

Karen era una chica con una historia familiar bastante extensa y compleja, pues ella, una joven de 26 años, tenía apariencia bastante normal: era alta y delgada, con un tono de piel trigueño y cabello castaño que la hacían bastante atractiva, y si bien podía pasar por nacionalidad estadounidense o hasta un poco europea, era de origen puertorriqueño. Sus padres, ambos mexicanos, viajaron a dicho país por negocios mucho tiempo atrás, siendo ella nacida en la capital, San Juan, y pese a sus orígenes latinos, sus abuelos eran, por parte materna, italianos, y por parte paterna, de abuelo mexicano y de abuela vietnamita, por lo que no era de extrañar que de esa parte de la familia tuviera parientes orientales, siendo uno de ellos su tía Yuko, una mujer de origen japonés que se había mudado a los Estados Unidos durante los años 60. Algo tradicional y reservada, no los frecuentaba más que en ocasiones especiales y en los funerales, a los que asistía con un atuendo tradicional para esos eventos.

Por otro lado, Carlos era un hombre más sencillo, siendo hijo de inmigrantes, había nacido en Estados Unidos, ganando, no sin dificultades, la nacionalidad americana. Y aunque sus rasgos mexicanos no le eran un problema, era un hombre muy precavido y algo reservado pero siempre de buen humor. El hombre, de 28 años, era alguien trabajador que, con un sueldo medianamente holgado, soñaba con darle la mejor vida a su ahora esposa, la cual conoció por medio de amigos en una fiesta de navidad, congeniando casi inmediatamente.

–Créeme que ni yo entiendo –respondió con la mirada perdida–, digo, no me quejo, pero si apenas y la conocías. ¿Era una mujer delgada, de pelo largo hasta el hombro, verdad?

–¿Cómo sabes, si nunca la conociste?

–Es porque su foto está por allá.

Señaló a un librero casi vacío, con apenas unas cuantas revistas de jardinería y un libro de poemas. El pequeño marco estaba de frente a ellos, habiendo pasado desapercibido por ambos hasta ese instante, mostrando a una mujer oriental ya entrada en años. Karen se acercó a ver la foto más a detalle, tomándola lanzando un suspiro. Carlos lo notó, no era un suspiro de aprecio, sino que se sentía preocupada.

–Dime loca, pero pienso que no debimos haber aceptado mudarnos aquí.

–Ok; estás loca –le respondió con un tono serio y seco, soltando una carcajada sonora unos segundos después.

–Ay, Carlos, eres un odioso.

Si bien ambos tenían un carácter parecido, Karen solía ser más seria, mientras Carlos era demasiado bromista a veces.

–Ya, perdón. Pero mira, debes entender que con lo que gano no habríamos podido pagar un mejor lugar, y menos uno así.

–No me casé contigo por el dinero ni por lo que me puedas o no dar; me casé contigo porque te amo y porque me di cuenta que contigo está mi felicidad.

El ABC del TerrorWhere stories live. Discover now