Extra: Final.

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Torpe, sí, pero la puerta finalmente se abría. La luz del pequeño recibidor se prendía, iluminando los dos cuerpos que pegados el uno con el otro se deslizaban por la pared del pequeño pasillo hacia el interior.

Somi tropezó con el pequeño escalón y él logró detenerla con las manos sobre su pequeña cintura. Ella aprovechó ese momento para pegarse aún más a su cuerpo, dejándole acariciar cada una de sus bonitas curvas con el torso.

Su lengua sabía a alcohol, un alcohol tan dulce que le pareció un poco empalagoso, pero nada por lo cual retractarse, al contrario, le llenaba de deseos para seguir con los planes de esa noche y  ejecutar lo que había estado en su mente por un tiempo.

Iban a hacer el amor.

Así que mientras ella se recostaba suavemente sobre él, Yugyeom se tomó la libertad de deslizar sus manos hacia abajo, más debajo de su espalda y cintura, más debajo de la cadera, una parte de la anatomía humana que nunca creyó disfrutar tanto de acariciar hasta que lo hizo, por primera vez, aproximadamente cuatro años atrás.

Gruñó por lo bajo, al darse cuenta que sus pensamientos divagaban hacia recuerdos que quería olvidar, tenía prisa por enterrarlos y colocar preciosos recuerdos nuevos encima. Pero... había algo que no cooperaba con formalizar, de alguna manera, su unión con su atractiva novia. No, no se trataba de su pene, que parecía más que dispuesto por ayudar.

Se trataba de lo que había en sus manos.

O más bien, lo que faltaba.

− Realmente no hay mucho de dónde agarrar −. Rió. En primera, porque era idiota, y en segunda, porque con el tiempo había descubierto que hablaba más de lo debía cuando estaba bebido.

Por supuesto, aun si su novia era la chica más genial del universo, aquello le habría ofendido de sobremanera. Lo siguiente fue un golpe contra su cuerpo con el bolso que curiosamente no se había perdido en el suelo desde el momento que cruzaron la puerta, misma que en ese momento se azotaba con fuerza, dejándolo solo en la nueva oscuridad.

Recostado sobre la pared todavía, metiendo sus manos en los bolsillos de su pantalón, se dedicó a observar un rato parte del techo. Sintiéndose culpable sólo porque una parte de él estaba llenándose de alivio al darse cuenta que esa no sería su noche.

De nuevo.

¿Es que se podía ser más patético? Al parecer sí, o eso le susurró la cerveza cuando la destapó al acercarse a su sofá, el cual podía encontrar gracias a la luz nocturna que entraba desde su ventana.

Bambam lo regañaría cuando se diera cuenta que bebió en casa, de nuevo, y que además habían terminado con él. Aunque eso último en realidad lo haría sentir festivo, no porque Somi no le agradara, al contrario, le agradaba mucho pero insistía en que ellos dos no hacían buena pareja. Al parecer ella merecía a alguien que la quisiera más del treinta por cierto como él lo hacía.

¿Treinta por ciento? ¿No era eso mucho? Porque él partía a comparar desde lo que sintió en la única relación que aparentemente tuvo, y si bien, con Somi todo se sentía bien, agradable y bonito, no era ni un poco similar.

Ella lo hacía sentir entumecido.

En el pasado recordaba haber sentido su cuerpo llenarse de adrenalina, de nervios desde la punta de sus pies hasta sus temblorosas pupilas. Recordaba haberse sentido torpe, sofocado y tan lleno de energía que no se sentía capaz de detenerse por absolutamente nada ni nadie. Recordaba como su cuerpo vibraba ante la vida que parecía florecer por cada poro de su piel cuando, aquel maldito psicópata, lo tocaba, ya fuese por descuido o no.

Recordaba sentirse enamorado, completo...

Recordaba la sensación del amor.

La sensación de la felicidad.

Dio un trago a los recuerdos que se iban atorando en su garganta. No podía ayudarse de la bebida recién abierta, ya que esta ya se encontraba derramándose sobre el suelo. En un acto similar a las lágrimas lentas que caían por sus mejillas.

Lo extrañaba.

Cada día, cada segundo aun si no lo pensaba, en su pecho aun lo extrañaba.

Extrañaba sus estúpidas bromas. Sus palabras reconfortantes. La mirada arrogante que lanzaba a todas partes. El tacto de sus manos. La textura de sus cabellos. El sonido de su voz cuando leía en voz alta. El sabor de sus carnosos labios. Extrañaba el aroma a durazno que desprendía por las noches cuando lo abrazaba.

Pero se había escapado de sus manos.

Y no importaba cuánto lo extrañara, cuánto le llorara y cuánto deseara volverlo a ver... Sospechaba que ese sentimiento explosivo y reconfortante, jamás lo volvería a sentir.

Aun si seguía esperando, porque lo extrañaba.

Realmente lo hacía.

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{Últimos capítulos}

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