Goes on

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      Entonces ahí estábamos. Chris cantando encima de aquel escenario, demostrando a unas setenta personas de qué estaba hecho y yo tarareando al compás de su voz, sin protagonizar la atención. Solo sentado en una mesa, con una cerveza en mi mano derecha y el corazón en la izquierda. Sentado allí permanecía confuso acerca de la realidad latente, pero mi cerebro no era tan imbécil ni piadoso como para dejarme pasar desapercibido al menos por un instante el hecho de la ausencia de nuestro amigo.
Alzaba mi vista hacia los ojos cristalinos de Christopher y podía ver que él sentía lo mismo que yo. Lo parecía bastante claro. Y su voz no dejaba de ser su voz, pero ésta vez, tenía otro propósito.

[•••]

—Es que sin embargo siento que no es suficiente.– declaró con la mirada hacia el suelo, como si estuviera caminando en nubes. —No te gustaría cantar conmigo? Supongo que él estaría orgulloso de nosotros si lo hiciéramos...— Imploró, rectificó, justificó, pidió. Habló.

Y la verdad era que tenía que pensarmelo, no porque no quisiera sino porque no sería del todo productivo. No estaba en mis cinco sentidos desde lo que había pasado. Me hallaba tan desorbitado.

—Sabes que no sé cantar...— Sugerí como si fuera a escapar y el pudiese olvidarlo al instante. Pero no. Chris no solía rendirse fácil. No solía rendirse mejor dicho.

—No digas eso... Sabes muy bien lo que todos dicen de tu voz. Y lo que yo opino. Y lo que Andy opinaba...— Calló su profunda voz y se detuvo, acercándose con calma, sentándose en un cordón de la calle. Me deja parado allí sobre donde antes caminábamos y mis ojos se posan en su espalda, bajando por ésta hasta ver el suelo que es apenas deleitado por las leves caricias de aquel cabello azabache.

Oscura, silenciosa y estrellada noche fría de primavera. Lo cierto es que los días en cuanto al clima parecían mejorar, estar repletos de sol, brisa fresca casi de un carácter curativo, y demás aspectos que los hacían dignos de disfrutar. Pero era tan irónico saber que aunque los días fueran externamente bellos, la persona que hacia resplandecer inclusive los días nublados y desagradables, ya no estaba. Era irónico, que en un día tan soleado como lo fue aquel lunes, hubiese resultado tan tormentoso, lluvioso y triste en el corazón.

     Entonces suspiré porque realmente no sabía que más decirle. Él era aquello que yo no podía negar.
Lo acompañé a sentarse, puesto a su lado casi en su misma posición y mire lo largo de aquella calle por la que estábamos divagando. Luces de las farolas, un basurero tirado, los árboles meciendose ligeramente, el césped cuidado, las casas tan vacías y silenciosas, la noche parecía abrazarnos y consolarnos. Pero no hubo consuelo cuando las palabras se extinguieron, y un casi silencioso sollozo de su parte no logró escabullirse con cautela. Se dejó ver. Chris estaba llorando.
Christopher Boyle cuyo corazón parecía ser el más puro de todo el universo existente, cuyos ojos de cristal estaban apagados durante aquel trajín doloroso de duelo, cuyas manos se entrelazaban nerviosas, cuyo cabello se removía suave al compás del viento. Y yo Edward, allí sentado a su lado, sin querer mirarlo pero rendido ante el hecho de que eso sería imposible, porque estuviera llorando o no, siempre tendría mi atención.

—Por favor, hagámoslo. Al menos por un tiempo.– Volvió en sí. Efectivamente sin olvidar cual era su propósito y propuesta. Y sus ojos se encontraron con los míos, tan confundidos ante aquella situación mía por no saber si acompañarlo en lagrimas y finalmente rendirme ante la tristeza, o si mirarlo hasta poder acabar viendo su alma solitaria. Quizá fue el inconsciente que tanto anhelaba el acto, pero solo pude estirar mi mano, y pasar su mechón de cabello oscuro y fino por detras de su hombro con delicadeza, porque hey, solo debes mirarlo... Chris es fuerte, lo es, pero jamás pretendería hacerle daño porque no, simplemente no. Es lo más dulce. Siendo a su vez que sus ojos no se despegaban de mis confundidos miel ordinarios, aquello comenzaba a ser un cielo. Cielo en la tierra.

—¿Acaso crees que de verdad podría negarme a lo que me pidas?— Pregunté desde lo más profundo de mi ser, sin darme cuenta hasta que la última sílaba salió de mis labios. Su cara de alivio lo valía absolutamente todo, su media sonrisa que incluso apagada no perdía valor, lo llenaban todo en mi. ¿Él también...

     Fueron minutos largos y tendidos los que estuvimos allí, Chris con su cabeza apoyada en mi hombro, y yo con mis piernas extendidas sobre el asfalto. Pensaba en Andrew porque era inevitable dejar de hacerlo, al menos por un tiempo, pero más pensaba en que ver llorar a mi amigo fue lo más doloroso de los últimos días. Comprendí al final lo que me temía desde el primer momento y, no, no me sentía mal. Porque era una sensación de vértigo, pero tan agradable a la vez que no estaba dispuesto a soltar.

Supe desde entonces que jamás quería ver llorar a quien amaba. Y que el concepto de vida para mí, comenzaba a ser esto. Entonces ¿En sí esto significaba vivir, el vértigo, el dolor, la tristeza y la paz?
La vida, pensé, quizá era lo que transcurría mientras Andrew se insertaba agujas en sus venas, quizá era lo que sucedía a mi al rededor cuando yo decidía solamente dedicar mis días a pensar en que Christopher se merecía todo lo bueno del mundo.

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