7. La cura

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La cura

(Marcus)

Degustar la sangre de Sean era mejor de lo que recordaba. Estaba increíblemente sabrosa, a comparar con la que todavía tenía en varias bolsitas en la nevera.

Shun gimió de un modo sumiso cuando le hice tumbarse debajo de mi en el sofá, mientras mis colmillos continuaban hundidos en su cuello. Sus brazos rodearon mi torso como si me abrazara, y sus dedos me acariciaron los omóplatos por encima de la tela de la camiseta.

El corazón le latía a mil por hora y su piel se erizó cuando rocé con las yemas de los dedos los músculos de su estómago, mientras buscaba a tientas la hebilla de su cinturón.

–Marcus—le escuché pronunciar. Sin embargo, yo estaba perdido en el sabor de su sangre, la tibieza de su cuerpo y en la sensación que su simple cercanía me provocaba. Mis dedos seguían ocupados con la tarea de quitarle el cinturón, para poder finalmente dar rienda suelta a mis instintos. –Marcus, espera—dijo de nuevo. Se revolvió un poco debajo de mi, y me di cuenta de que intentaba evitar que aquello fuera más allá.

Dejé de morderle en el acto. Unos hilillos de sangre brotaron de la herida que aún no había empezado a cerrarse, marcando su cuello con un par de finas líneas rojizas. Me fijé en que sus mejillas mostraban un llamativo rubor cuando mis ojos buscaron los suyos, y parecía evitar cruzar su mirada con la mía a toda costa.

–No vayas tan deprisa, por favor–murmuró.

Me di un puñetazo mental. No era a Sean a quien tenía entre los brazos a pesar de todo. Debía dejar que la costumbre guiara mis actos. Me separé de él lo más rápido que me fue posible y volví a sentarme tal cual estaba antes de empezar con todo aquello. Sean también se incorporó y se acomodó la ropa. Y ambos nos quedamos como idiotas mirando al frente; a la televisión apagada, o a algún estante del mueble, mientras recobrábamos la compostura.

–Perdona—dije yo rompiendo el hielo y cubriendo el problema bajo mis pantalones con uno de los cojines del sofá.

–No, no te disculpes. Es cosa mía—se puso en pie de repente, nervioso. –Será mejor que me vaya.

–¿Tan pronto? –Mierda. Encima había provocado que prefiriera irse a su casa antes que aguantar mi compañía. –No es necesario que...

Hizo un gesto con la mano para silenciarme, cogió su chaqueta del diván y salió por la puerta.

Yo no había ni podido levantarme para evitarlo. Patidifuso como estaba y con la libido a nivel del suelo. Espantado al ver como mi contador de puntos volvía a ponerse a cero. Completamente seguro de que Sean no volvería a entrar en el apartamento nunca más.

Entonces me cabreé conmigo mismo.

Di varios puñetazos en el acolchado asiento del sofá. Necesitaba desahogarme de algún modo. Grité, grité tantos insultos hacia mi persona que estaba convencido de que los vecinos me habían escuchado. Y agotado, me hundí en el sillón dispuesto a no levantarme nunca más.

Gokû se tumbó sobre mi estómago mientras amanecía y la exigua luz del sol entraba en el salón a través del ventanal. Ronroneó cuando le acaricié el suave pelaje de su cabecita, y no tardó en quedarse dormido. No tenía nada mejor que hacer, así que decidí quedarme inmóvil para ejercer de cama gatuna.

Hasta que sonó el timbre y tuve que ir a abrir la puerta, haciendo que el gato se marchase al piso superior.

Sean tomó mi cabeza entre sus manos y sus labios se unieron a los míos de manera desenfrenada. Yo gruñí en respuesta, le arrastré conmigo al interior de la casa y cerré la puerta con el talón.

Colmillos Rotos (Slash//Yaoi)Where stories live. Discover now