Cuando suene Margarita - Fontaiine

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Llevé a Christine cargando en brazos

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Llevé a Christine cargando en brazos. Caminaba en medio de la oscuridad, tropezando con mis cosas, pero nada de eso importaba porque sentir la calidez de ese cuerpo tan frágil y poder estrecharlo contra mi pecho era todo lo que necesitaba.

La dejé delicadamente sobre la cama del cuarto de mi fallecida madre. Encendí velas para poder contemplar su rostro, quería saber cómo lucía estando dormida... o dopada, es casi lo mismo en realidad. Para mí estaba dormida, era mucho más romántico pensarla así.

Con las manos temblando logré al fin colocar las velas en el candelabro y me giré hacia ella pero esa joven dormida no era mi Christine. Era hermosa, sí, no voy a negarlo. Pero no tenía la belleza ni el cabello rubio de mi adorada Christine.

Comencé a gritar de bronca y odio, no era la primera vez que Christine se me escapaba de entre los brazos y yo llegaba a la casa del lago cargando a otra mujer.

La mujer despertó y comenzó a llorar, pero no lloraba de terror sino de tristeza, lo cual me llamó la atención.

—¿Por qué lloras? —le pregunté intentando parecer bueno—. No te haré daño, te devolveré arriba, esto fue una confusión.

Ella meneó la cabeza.

—¿No sabes quién soy, Erik?

La miré detenidamente y me costó reconocerla. Había cambiado mucho en ese tiempo y, desde que el príncipe la engañó con la doncella, se rebeló y entró al cuerpo de bailarinas de la Ópera.

—¿Bella? —susurré. Sus ojos café me miraron con pena.

—Sí, Erik. Acércate.

Me tendió las manos y yo me senté junto a ella. Tomó mis manos y las besó con ternura.

—Querías llevarte a Christine otra vez —susurró comprendiendo.

—Sí... Pero siempre se me escapa.

Ayúdame, Bella, eres la única persona en quien puedo confiar, sabes que no le haré daño, sólo quiero... verla. Sólo me conformo con mirarla y que me vea, que sepa que estoy ahí, por y para ella.

Bella sollozó y se cubrió la boca con sus manitos blancas, pensé que verdaderamente hacía honor a su nombre.

—¿Por qué no damos un paseo, Erik? Te hará bien la brisa nocturna, ¿no crees?

Salimos al exterior y me llevó por unas callejuelas desiertas y poco iluminadas. Al preguntarle porqué íbamos por ahí, ella dijo:

—Para que no te vean.

—¿Y a dónde vamos?

—A ver a Christine.

Finalmente llegamos a un lugar de tapia muy alta que poseía una gran reja. Ella caminó rodeando el lugar y se detuvo al llegar a una parte en que el muro estaba levemente deteriorado, tenía un agujero bastante grande. Me miró.

—Entra.

—¿Qué?

—¿Tampoco recuerdas la noche en que hiciste este agujero con los puños? Mi esposo y yo intentamos detenerte pero no fue posible... Te metiste por aquí y fuiste a verla. Y eso haces cada vez que representamos Margarita.

—¿Qué lugar es este? —susurré temeroso.

—El cementerio. Christine murió.

—Mientes —sollocé—. ¡Quieres que crea que estoy loco!

—Esto es real, ¡entiéndelo ya!

Antología: El País de los ClásicosWhere stories live. Discover now