Capítulo 21 - El héroe y la princesa

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Link inspeccionó al hombre para ver qué grado de amenaza suponía. Llevaba unas sandalias andrajosas y una pesada capa. No sabía qué podía haber debajo de la capa, así que no soltó la empuñadura de la espada. Giró alrededor del hombre sin perderle de vista, mientras intentaba encontrar a Zelda entre los árboles o tras los matorrales.

—Ahora viene —sonrió el hombre.

Link desenvainó la espada de forma automática y apuntó, dando un paso adelante.

—¿Qué has hecho con ella?

—¡Nada, nada! —el hombre levantó las palmas de las manos en señal de paz —es que le he dicho que me había perdido y tenía sed, ha ido a llenar su cantimplora. Es diferente a cómo la había imaginado.

—Si no aparece aquí en un minuto tendrás que responder ante mí —Link aumentó su amenaza aproximando la punta de la espada a pocos centímetros del hombre.

—Vaya, así que esta es la Espada Maestra.

Link bajó la guardia y arqueó una ceja. El hombre volvió a sonreír, le faltaban algunos dientes y tenía la barba larga y descuidada.

—¿Crees que sabes utilizar un arma así?

—¿Cómo se atreve usted a cuestionarlo? Además, no es asunto suyo.

El hombre se echó la capucha atrás y sacó una pipa larga de la que empezó a fumar, llenando el ambiente con un olor parecido a la hierba seca, arrebatada de horas de sol.

—No pareces un caballero formado de la guardia real... más bien pareces uno de esos campesinos que habitan las aldeas.

—¿Y usted qué sabe? —Link volvió a dirigir la punta de la espada hacia el hombre. ¿Por qué hacía tantas preguntas? ¿Cómo sabía que portaba la Espada Maestra? ¿Era un yiga ermitaño?

—¡Link, para!

Zelda apareció entre los árboles y se apresuró para agarrarle el brazo y que bajara la espada. Él se mantuvo firme unos segundos más y después cedió a la presión.

—Envaina la espada, por favor —le pidió ella.

Él obedeció, pero se interpuso entre ella y el ermitaño. Le quitó el pellejo con agua de las manos y fue él quien se lo tendió al hombre, que la agradeció a pesar de su gesto de desconfianza absoluta.

—No hay necesidad de... de todo esto —murmuró ella a su espalda.

—Eso deja que lo decida yo. ¿Acaso no sabes que hay miles de yiga rondando los caminos? Se acercan siempre igual, amistosamente, pidiendo agua o preguntando por una dirección. Cuando te confías es justo el momento en el que intentan rebanarte el cuello. Así que me obedecerás y dejarás que desconfíe hasta que yo decida que debemos dejar de desconfiar.

Zelda asintió y no puso pegas por una vez. Se mantuvo tras él, cubierta por la guardia que él ejercía entre ella y el ermitaño.

—No soy un yiga, muchacho...

—No espíe las conversaciones ajenas —gruñó él —y ahora explique qué hace aquí.

—Me he perdido, es la pura verdad. Soy curandero y también oficio ceremonias. Como ya no hay grandes templos, predico por las aldeas... pero a veces los caminos son peligrosos. Hace un par de noches hubo una terrible tormenta que espantó a mi caballo. Me oculté en este bosque y no he podido hallar la salida... hasta que me topé con tu amiga.

—Link...

—No, calla —insistió él. Aún no encajaban todas las piezas —¿Cómo has llamado antes a mi espada?

Historia de un caballeroWhere stories live. Discover now