Del ideal al interés: El fuego de la lucidez

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Soy la pupila asombrada que descubre cómo apunta. 
Silvio Rodríguez. 

26 de septiembre de 2019.

Un destello. Un relámpago. Llegó de repente, espontáneo como lo más valioso. No como quien abre los ojos por primera vez, sino como quien por vez primera sabe que los tiene abiertos. Un abalanzarse sobre el mundo, y asustarse y asombrarse por primera vez como el niño que descubre el mecanismo secreto tras la máquina más simple. Despertar, acelerado, sin saber por qué, sin saber de otra cosa que de estar vivo.  

No fue nada extraordinario, de todas formas. Solo estaba subiendo unas escaleras blancas. Pero me di cuenta, espontáneamente, de que estaba soñando. Por un breve momento, exploré hasta entender cómo funcionaba todo. Sí, era un sueño. Ya con saberlo me asombraba cada detalle. Y todo, de repente, se volvió tan brillante, tan sublime,  tan nuevo, tan mágico, tan trascendente, aunque los escalones no cambiaran más que en altura, aunque la subida se sintiera eterna y solamente me dejara jadeando y cansada. Miré hacia arriba y su espiral seguía infinito, hasta desvanecerse en gris. Pero seguí subiendo. Aunque la historia no fuera emocionante ni los sucesos coherentes, aunque no tuviera idea de a dónde iba o qué debía seguir, aunque no fuera siquiera el sueño soñado. 

Se me aceleró el corazón y me tiré al piso como si también las baldosas de cada peldaño fueran un regalo divino, y las agarraba sabiendo que eran también las únicas en el mundo, la única vez que las vería en ese mundo, con esa consciencia que no podría tener en mi vida cotidiana cuando estuviera absorta en lo que llamamos la vida. Pero no pensé en eso ni en nada que no estuviera ahí, en ese momento. Una vida nueva, una oportunidad nueva que no duraría más de unos minutos pero que ahí estaba, para mí, para abrazarla con todo lo que era, para descubrir de ella cuanto pudiera en los instantes que tenía.

Un nuevo despertar a la consciencia.  ¿Cómo podía algo tan monótono, tan vacío, volverse milagroso solamente por la consciencia del sueño? Descubría por primera vez un mundo nuevo —pues, en efecto, todo sueño lo es. "Estoy soñando", me susurré con la misma emoción con la que podría decir que estoy viva, si tan solo me diera cuenta de ello. Y me emocionaba, y saltaba y bailaba, y me tiraba al pasto falso y respiraba el aire ahogado como lo único que hubiera respirado en mi vida, como un prado traído de otro mundo. Porque me sabía en otro mundo, en efecto. Y cómo desperdiciarlo, por absurdo que fuera, cómo no estar satisfecha con una vida incompleta si a fin de cuentas era la vida, la que tenía en mis manos. Solo entonces, cuando supe que era sueño quise detenerme a respirar aquel oxígeno puro. El blanco de las paredes me fulminaba los ojos. 

Desde ese sueño he tenido una nostalgia que no se me cura. Nostalgia del instante, quizá. Y pensé, entonces, cuán milagrosa podría ser la vida si también en ella nos diéramos cuenta. Si tan solo pudiéramos saberlo, si un rayo nos atrapara de la misma forma como a mí me atrapó.

Mejor morir de la emoción de saberse vivos que vivir eternamente sin saberlo. 

No había razón para que paredes blancas y escaleras infinitas me fascinaran tanto. Tampoco se necesitaba un por qué. Ellos no tienen un por qué, un cuándo, un cómo. Un sueño lúcido ya es un milagro de por sí. Cuestionarlo es crear un ambiente hostil para su temeraria libertad. Y los sueños son demasiado frágiles como para imponerles cualquier pretensión. Por eso asombra hacerse consciente del simple hecho de soñar. 

Prometeo entregándome el fuego de la lucidez.

EsquirlasWhere stories live. Discover now