12 | Dragón

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A esas alturas, ya no sentía los pies descalzos. Los pulmones le quemaban y lo que sí sentía era como estaba a punto de escupirlos su subía un solo metro más de aquella ridículamente enorme montaña. Si seguía respirando ese pesado aire helado

Muchas eran las preguntas que pasaban a mil por hora por la mente de Nathaniel Hawthorne:

¿Por qué estaba atravesando esa estúpida cadena montañosa?

¿Por qué llevaba únicamente un sencillo hábito de fraile en aquellas condiciones? ¡Era inverosímil, no llevaba ni siquiera unas burdas sandalias!

¿Dónde demonios estaba?

Y lo más importante... ¡¿cómo demonios había llegado hasta ahí?!

El tren de sus pensamientos se detuvo, interrumpido por la ruidosa voz de su compañero Twain y estaba seguro de eso porque solo su voz sería capaz de escucharse en medio de la ventisca que los azotaba con cada vez más fuerza.

—¡Pastor, necesitamos su ayuda!

El muchacho sonaba desesperado y verdaderamente asustado.

—¡Por favor, sálvanos!

Esta vez, era la voz de Steinbeck la que gritaba por auxilio.

Hawthorne no distinguía de donde provenían las voces. Subió unos metros más por la pendiente, pero no lograba distinguir apenas nada. Cada cierta cantidad de pasos chocaba con algún tronco helado que parecía salir de la nada y apenas seguía avanzando, desaparecía. Tanto su visión como su mente estaban en blanco. ¿Cómo había llegado hasta ahí?

—¡Auxilio! ¡Ayuda! —continuaba escuchando a lo lejos.

De repente, las voces y los gritos cesaron. Lo único que percibía era el silbido del viento. Tenía las manos frías por los nervios que le producía la situación, pero las orejas calientes por la emoción y la intriga por lo que estaba pasando.

El silbido agudo fue sustituido entonces por unos golpes sordos y continuos temblores. La montaña retumbaba tanto como su corazón agitado; en el fondo temía no encontrar a los muchachos.

Derrotado, el pastor Hawthorne cayó hundiendo también sus rodillas en el frío manto blanco que ya cubría sus doloridos pies y rezó. De nada podía servirle en ese momento su Letra Escarlata, lo único que podía hacer era acunar el crucifijo que llevaba al cuello entre sus manos y pedir a Dios que tuviera piedad de aquellos niños si no podía encontrarlos, que incluso, si quería, tomara su vida a cambio de la de ellos.

El retumbar continuaba y Dios pareció haberlo escuchado pues de entre todo el blanco que inundaba su vista salieron sus dos compañeros, con gestos de pánico en el rostro y corriendo a una velocidad en ellos impensable. Por primera vez la aventura no se veía divertida para Twain y para John las cosas no se veían mejor; pero Nathaniel pudo respirar por primera vez después de tanta tensión.

Y menos mal que lo hizo, porque algo se encargaría de robarle el aliento de nuevo. Cuando estuvieron a su altura, lejos de detenerse los dos jóvenes siguieron de largo.

—¡Un dragóoooon! —distinguió con claridad el pastor de entre todas las consignas que Twain gritaba.

Por supuesto que Nathaniel Hawthorne ya estaba bastante grandecito para creer en cosas como dragones, hadas, brujas y caballeros andantes. Pero también era lo suficientemente mayor para saber cuándo tragarse sus palabras y tuvo que hacerlo cuando frente a él, con retumbantes pasos, apareció un enorme dragón alado. De color menta y grandes garras afiladas, congelaba todo lo que salía a su paso.

Tratando de salir del shock que suponía la aparición de semejante bestia, Nathaniel intentó cortar su palma con el crucifijo para intentar apaciguar al dragón aunque fuera por la fuerza, pero rápidamente se vio inmovilizado por sus garras mientras era elevando casi hasta sus fauces. El hombre pensó que sería su fin, que terminaría devorado por aquella imposible y mítica criatura, pero no fue así. El animal lo sostuvo frente a sus brillantes ojos color lavanda y...

—¡Vengan acá par de imbéciles! ¡Más les vale que me digan en donde metieron mi maldito sombrero o los haré polvo!

Y sin reparo le gritó. ¿Lo estaba llamando a él? ¿Y por qué un dragón necesitaría una sombrero?

—¡¿Y tú no puedes pararte y detenerlos?! Necesito mi maldito sombrero ¡ahora! ¡Hawthorne!

Ahora sí que le estaba reclamando a él.

Hawthorne abrió los ojos de golpe, pero frente a él no había ningún ser mitológico ni fantástico ni mucho menos... bueno, sí era peligroso; solo era Margaret Mitchell, en la sala de entretenimiento de la Mansión Fitzgerald haciendo un escándalo por cualquier cosa, como siempre.

—¿Ya no puede dormir uno a gusto en esta casa? —reclamó el sacerdote a la estirada muchacha.

—¿Y ya no puede una dama contar con algún caballero de vez en cuando?

Ahora lo recordaba, había estado viendo a John y a Mark jugando uno de esos juegos de video que tanto les gustaban y se quedó dormido. Sí, ahora tenía sentido.

—¿Y dónde está esa dama? Yo solo escucho a una insufrible niña gritona.

—¡Idiota!

—¡Quejosa! —soltó el pastor dando fin a la "conversación" y volviendo a acurrucarse en el sillón.

Ciertamente hubiera preferido luchar con el dragón.


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Alguna vez intentaré dibujar a Mitchell dragón, ¡de veras!

Ayuda, no pensé que llegaría tan lejos en esto... 

Si has leído/visto hasta aquí, gracias, tienes todo mi amor <3 

CherryNoct86~

15102019.01:04

Cuaderno de Bitácora de Guild | Inktober 2019 | Bungou Stray Dogs | CompletoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora