nueve

7.2K 876 244
                                    


—Abran las puertas.

—Pero Señor...

—¿Vas a desobedecer? —preguntó con fuerza y el sirviente rápidamente sacó un fajo de llaves de su cinturón. Su mirada se volvió hacia las paredes de aquel lugar, eran oscuras, feas y sucias. Notó el aroma pestilente que abrazaba el suelo y frunció más el ceño cuando escuchó que la puerta se abría.

Entró sin más, pisando con fuerza el suelo de cemento cuando notó la luz que reflejaba el calabozo. Era tenue, limpia a pesar del piso mugriento que sus calzados tocaban. Observó un plato de comida vacío, un vaso que apenas tenía agua en su interior. Su mirada viajó a la cama, apenas del tamaño de su hermano mayor, con un fino edredón que se encargaba de darle apenas calidez a su cuerpo. Su pecho se oprimió y mordió con fuerza cuando aquél siquiera se había dado la vuelta para verificar de quién se trataba.

—Víctor —llamó y sus ojos se agrandaron, esperando algún movimiento, alguna palabra. Su corazón se aceleró cuando no notó ningún movimiento. Volvió a llamarlo—. Víctor.

Nada.

Corrió con rapidez y tomó el edredón con furia, sus manos lo despojaron de todo calor y el cuerpo de su hermano mayor quedó a la vista. Víctor siempre había sido un alfa grande, delgado y apuesto. Sin embargo, el nudo que sintió en su garganta, el dolor de estómago que resurgió de su interior no se comparó al dolor de la circunstancia que vivía tenía. El pecho, las costillas, las piernas de su hermano estaban cubiertas de finas cicatrices blanquecinas, de marcas notorias, de hambre, de tal violencia que su cuerpo retrocedió. Víctor era un príncipe, un príncipe y el siguiente que iba a poseer la corona después de su padre. Era su derecho por hijo, por fuerza. Por ser un alfa verdadero.

Pero ahí estaba, delgado como un esclavo, con la piel destrozada, gris. Qué tan dichoso y asqueroso destino le deparó de aquél monstruoso día, hace dos años, cuando su hermano quiso dejar libre a la criatura que su padre tenía cautiva. Su corazón se llenó de un dolor desgarrador, de un enojo tal por aquel demonio, por la culpa que tenía de que su hermano terminara ahí, en una prisión alejada, destruida y asquerosa del reino.

Víctor desapareció después de que su madre le había dejado por unas horas, desesperada por encontrar un buen doctor que atendiera sus heridas. Después de eso, no lo habían encontrado, su desaparición quedó tapada por la nueva criatura que cautivó a todo alfa del pueblo. Por su belleza, su miedo. Lo odiaba, lo detestaba tanto. Aquel demonio terrible que su madre odiaba, su hermana, todos. Aquel terrible demonio había cegado el corazón de su padre y de su hermano. Aquella bestia de cara bonita, aquella calamidad.

—Víctor —habló con fuerza, sentía que sus ojos picaban. Vio que el alfa se removía, y su cuerpo se volvía, lento, como si le doliera el simple hecho de mover su cuerpo al costado. Su mirada apagada no destelló ningún sentimiento cuando observó a su hermano de pie, frente a él. Con ropas delicadas, bonitas, la ropa de un príncipe—. ¡Víctor!

El joven alfa corrió hacia su hermano mayor, sus manos fueron directo a su rostro, a su pecho. Estaba tan demacrado, tan sucio. El rostro de Víctor se había convertido en una chispa apagada, sus ojos estaban hundidos, las ojeras, su boca, los labios resecos y agrietados reventaron en sangre cuando este intentó hablar.

—No hace falta... —comentó su hermano, el alfa mayor lo miró, vacío—. Te... Te llevaré a casa, ¿Sí? Lo que el Rey hizo contigo... Es una crueldad inexplicable.

Víctor no contestó y el joven príncipe pidió por ayuda para levantar a su hermano. Habían tardado alrededor de quince minutos para llevarlo al carruaje, lo acomodaron bien y el alfa no despegó su mirada de la ventana, del cielo azul y las nubes blancas que reflejaban en su mirada. El trayecto al castillo había durado al menos unos tres días, tiempo que Víctor tuvo para hundir su cuerpo en un pequeño lago, en comer algo delicioso y disfrutar del aire nuevo. A decir verdad, se había vuelto un alfa callado, pensó su hermano, solo asentía, decía pocas palabras y no preguntaba nada.

El reflejo de tu muerte (Omegaverse) Where stories live. Discover now