Treinta y Siete

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La madre de Gabriel siguió llamando. Ignoró las tres veces que quiso comunicarse con él durante las siguientes dos semanas, que por supuesto siempre eran cuando Renato estaba con él.

No sabía por qué eso incomodaba tanto a Renato, pero así era. La verdad era que el castaño había estado un poco apagado desde la primera vez que llamó, cuando estaban acostados en la cama. También fue algo que notó en otros momentos... sólo pequeñas cosas que decía o como actuaba a veces, como más lejano. Siempre decía que estaba pensando en el trabajo, ocupado o en otras cien excusas que no sonaban para nada creíbles.

El tema era que Gabriel no podía encontrar exactamente qué era, pero igual sentía algo en su estómago que decía que algo no estaba bien.

Pero después cuando Renato volvía a ser el de siempre, cuando reían, tenían sexo o miraban televisión, Gabriel intentaba convencerse a sí mismo de que lo había imaginado, que era el estrés laboral típico y que todo estaba bien. El rizado no estaba seguro si se estaba mintiendo a sí mismo o si lo que tenía miedo de que pasara había sucedido... que Renato se alejara del todo. Que algo le dijera que debía darse cuenta de que no estaba listo para esto, o que no podía ser quien realmente era.

Y quizás, solo quizás, Gabriel sentía un poco de culpa por haber llevado a Renato a ese lugar.

Después de salir del trabajo, Gabriel abrió la puerta de su apartamento. Estaba exhausto, sus músculos pesados ​​y su mente cansada. Había terminado llegando a casa más tarde de lo habitual. Era la noche de cuero y había desatado una pelea, que no era algo que pasara muy de seguido. Todo lo que quería hacer era meterse en la cama con Renato.

Abrazarlo y besarlo, porque maldita sea si todo no se sentía mejor con Renato en sus brazos, todo era mejor con él. No sabía qué eran ellos, por qué se conectaban a un nivel tan profundo del alma, pero así lo hacían. Lo habían hecho de adolescentes y ahora lo habían vuelto a hacer.

Las luces del departamento estaban apagadas, salvo por una suave luz que venía desde la cocina. Renato generalmente la dejaba prendida cuando se iba a la cama antes de que Gabriel llegara después del trabajo.

Mientras avanzaba por el pasillo, un suave gemido llegó a sus oídos. Al principio lo hizo sonreír, oyendo a Renato murmurar mientras dormía, pero cuanto más se acercaba a su habitación, más ansioso sonaba el ruido y más rápido latía su corazón. Cuanto más cerca estaba más se daba cuenta de que algo no estaba bien.

"No," susurró Renato. "No, por favor no lo hagas. Voy a ser bueno. Voy a hacer todo bien. Por favor no me golpees de nuevo."

La sangre de Gabriel se congeló, la rabia y la pena chocaron en su pecho mientras corría hacia la cama.

"Gabi... Gabi... Gabi..." Renato repetía el nombre de Gabriel mientras dormía. Entonces, de repente, su cuerpo se sacudió, vibró fuerte, como si hubiera sido electrocutado. La voz del chico se hizo más fuerte, un pánico agudo. "¡No quiero morir! Me van a matar. ¡Por favor, no dejes que me maten!"

Gabriel tenía los ojos aguados ante la escena, se apuró a prender un velador y se acomodó junto al cuerpo del chico. "Mierda, Tato. Hola, soy yo, bebé. Soy Gabi. Estás soñando, despertate amor."

Le temblaba la mano mientras le movía el pelo de la frente, y sus dedos le secaban el sudor. Renato quitó la mano y sorprendió al rizado. Soltó un gemido que atravesó cada maldita célula de su cuerpo. Lo destrozó en un millón de pedazos. El grito de Renato estaba tan roto, tan solo, y seguía llegando: gritos fuertes y dolorosos que arrancaron el corazón de Gabriel.

"¡Renato, despertarte! Estás teniendo una pesadilla, bebé." Sacudió a Renato, quien lo empujó con fuerza. Gabriel tropezó hacia atrás y cayó al suelo, la parte posterior de su cabeza se dio de lleno contra el tocador mientras caía.

Sincerarse. [Quallicchio]Where stories live. Discover now