Capítulo II

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El instante es la continuidad del tiempo, pues une el tiempo pasado con el tiempo futuro.

(384 AC-322 AC) Filósofo griego.


Pasaron los días, incluso los meses

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Pasaron los días, incluso los meses. Pero Margaret no despertaba y Alexander Trudis estaba desesperado. Los médicos no le daban ninguna solución para despertar a su hija. Cada noche se arrodillaba al lado de su bella niña, pidiéndole que volviera con él, pero no había resultados. 

—Mi señor —dijo un día la Reverenda, en una de sus tantas visitas—. Yo... Quería proponer algo... —Se frotó las manos, nerviosa y temerosa por la posible reacción del honorable señor Trudis ante su proposición. 

—Dígame, Reverenda —concedió el abatido padre, sentado al lado de la cama en la que la bella durmiente reposaba. 

—Verá, mi señor... —empezó—. En el pueblo hay una mujer... Una mujer que quizás sea capaz de hacer algo por Margarita. 

—¿Una enfermera? 

—No, mi señor... Se trata de una mujer que ve más allá... —aclaró, con reparos—. Una mujer que es capaz de hablar con seres invisibles para el ojo humano. 

—¿Una bruja? —preguntó el señor, con cierta repugnancia. 

—No, mi señor. No es una bruja... Nadie sabe lo que es. Pero...

—No expondré a mi hija a una curandera, Reverenda —la cortó, alzando la mano con una mueca. 

—Está bien, mi señor... Como desee —calló la panadera. 

Después de seis meses, sin embargo, el frustrado hombre llamó a la panadera para hablar con ella en privado. Alexander había envejecido diez años en seis meses y las comisuras de sus labios estaban siempre torcidas hacia abajo, deprimido. 

—¿Hay algo que pueda hacer por usted, mi señor? 

—Reverenda, usted ha demostrado querer sinceramente a mi hija visitándola a diario a pesar de no tener ninguna obligación para ello. 

—Es una buena chica, mi señor —simplificó la humilde trabajadora ante el rico y poderoso señor Trudis. 

—Cierto... La lástima es que no lo supe ver... Y por mi culpa... —estuvo a punto de sincerarse—. Pero no hablemos de mí —se detuvo—. Hace un par de meses me propuso algo... Me habló de una mujer... especial. 

—Sí, mi señor.

—Me gustaría que la trajera a casa en su próxima visita. 

Los ojos de la panadera se iluminaron, llenos de esperanzas. Deseaba de todo corazón que esa joven inocente volviera a la vida. 

La verdad de Margaret TrudisWhere stories live. Discover now