3

994 50 1
                                    


Capítulo 3

Sus ojos verdes estaban llenos de confusión, sorpresa y malestar.

Los míos tan marrones como la tierra, miraron el suelo inmediatamente, mis pies se movieron hacia la puerta tan rápido como pudieron y salí de la sala.

Fui hasta mi casillero cerca de la salida, me quité el uniforme lo puse dentro y cerré el casillero con pereza. Le dije a Sonia que me retiraba temprano, me hizo firmar y me retirè.

Cuando el alma te tiembla hasta los huesos, el profesionalismo no vale nada, salí del trabajo y monté mi moto hacía mi casa.

A mis veintiséis años no había sentido tal vergüenza y eso que en la escuela me hicieron de todo, hasta me tiraron de las escaleras en primaria. Pero ahora sentía que algo me quemaba la piel, la sangre y los huesos.

Carla me llamó una docena de veces, no contesté porque me sentía abochornada y eso que ambas nos conocemos hace seis años.

Llegué a mi casa muy nerviosa, saludé a Luigi mi loro barranquero, y le di un poco de girasol en su aro. Fui hasta mi habitación me cambié de ropa, es decir, me puse las pantuflas rosa, un short, y me saqué la remera quedando en corpiño. Me acosté en la cama y me prohibí soñar con él otra vez, pude ver en sus ojos que lo nuestro no iba a ser nunca y la verdad es que un poco me decepcionó. Sé que soy gorda y no todo el mundo ama a las gordas, sólo los de esa aplicación extraña, quienes tienen un fetiche con nuestro tipo de cuerpo y no son lo mío, la verdad.

No, yo prefiero a alguien que me ame por quien soy, por mi cuerpo, inteligencia y virtudes pero que también se banque mis des virtudes

Me imaginaba que Martín era ese tipo de hombre pero me equivoqué y mucho. No puedo creer que de verdad me haya escuchado decir que tengo sueños eróticos con él, mañana no voy a ir a trabajar y no sé si voy a ir algún día. Yo sé que este cuerpo de ochenta y seis kilos no se mantiene solo, pero podría encontrar otro trabajo. Y no sé para qué me engaño, si eso tampoco es fácil, ni rápido pero tal vez es la única opción que tengo. No quiero pensar más, necesito no pensar más porque me va a explotar el bocho.

Suspiré, cerré los ojos y mi teléfono sonó. ¿Es en serio? quiero tranquilizarme, dormir un poco y pasa esto. Me levanté con dolor de cabeza rogando que colgaran pero eso no pasó y entonces atendí.

— Hola ¿quién habla?— dije seria.

— ¿Hablo con Alma Quintana? — dijo una voz masculina.

—Sí, ¿Qué necesita? — contesté.

—Que vuelvas a tu puesto de trabajo, soy el doctor Martín, y esperaba que pudiéramos hablar del incidente de hace un rato. — inmaduramente le corté la llamada, estaba demasiado presionada por la vergüenza de la situación.

Viste cuando no podes actuar de una manera madura, los nervios me llevan de vuelta a la adolescencia y mierda sí que odié esa etapa de mi vida.

Volvió a llamar pero no atendí, me acosté y tape con las sabanas hasta la cabeza. No iba a hablar con él, no por ahora. Entonces solo me dormí, profundamente como tenía planeado desde el principio.

Si no fuera por los gritos de Luigi nunca me hubiese despertado, me levanté y le di sus tan preciadas semillas de girasol pero luego escuché murmullos en mi puerta y me asusté. Tomé desde el cajón de la mesa de luz la pistola que era de mi padre y me acerqué sigilosa para ver quién era. Espié un poco por la ventana y esperé a verle el rostro, tocó la puerta y más me alarmó.

No podía verle la cara pero era un hombre, alto y musculoso.

— ¡Alma! se que estás ahí, soy Martín abrí la puerta, por favor hace frío.

Dejé la pistola sobre la mesa, volví a mi habitación a ponerme una campera y busqué la llave.

Abrí la puerta y le sonreí.

— ¿Por qué viene a mi casa a las diez de la noche? Pase señor Guevara—dije y me sonrío.

—Porque no quiero perder a una de mis mejores enfermera, Alma el indecente de hoy no fue nada ¿podemos olvidarlo? — negué.

—No creo poder olvidarlo Martín. Por eso tengo decidido encontrar otro empleo y sé que no va a ser fácil, pero es que ahora no puedo siquiera mirarte a la cara—dije cerrando la puerta.

—Mira que tu tengas ese tipo de sueños a mí no me afecta, hoy me sorprendí porque no lo creí de una mujer tan reservada, seria y puritana como vos. — viré los ojos.

—No lo pensabas de la enfermera gorda, no hay problema Martín pero no voy a volver, si te querés retirar, gracias— él negó.

—Alma eso no tiene nada que ver ¿tan poco te querés?— abrí la boca muy ofendida.

—Si viniste a mi casa a ofenderme te podes ir por donde viniste, te vas— abrí la puerta.

—No quise ofenderte, perdón, pero si te tiras tierra sola no es mi culpa, quise defenderte de vos misma— lo miré confundida.

—No me vengas con psicología barata, querías que te escuche y lo hice, ahora podes irte y siento lo de hoy, se supone que no tenías que estar ahí justo en ese momento.

—A lo mejor si, tal vez debía estar en ese justo momento— cerré la puerta por miedo a que me desvalijen la casa, y lo miré.

— ¿Ahora de qué hablas? no entiendo nada, Martín ándate, por favor — él negó.

—Quiero que me cuentes uno de tus sueños porque, quiero hacerlos realidad ahora— solté una carcajada.

— ¿Esto es otro sueño? seguro ya me despierto— cerré los ojos.

Sentí una mano rozar mi cuello y bajar por toda mi espalda. Un cuerpo masculino se acercó a mí y un tierno beso en la mejilla me fue otorgado

—De verdad, quiero hacer uno de tus sueños realidad— susurró en mi oído.

Las fantasías de AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora