1: Un Vestido Y Un Troglodita

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La risa que estalló entre mis compañeros me sacudió de mi letargo, sin embargo el tiempo se hubo afectado irreversiblemente para mi. Solo podía concentrarme en José, de cara frente a mi, con su sonrisa burlona.
Hice ahínco de todas mis fuerzas para torcer una sonrisa y dar la ilusión de que no me estaba faltando el aire y no estaba por desmayarme.

Una mano me sugetó con fuerza por el hombro sacudiendome fraternalmente —¡Pero venga! ¡Mayden! ¿No estáis feliz, chaval? Fuiste tú quien propuso este reto y tú además quien sanjó las condiciones.

José se partía de risa y se llevaba una mano a los ojos bajo las gafas. ¡No lo podía creer, estaba llorando de risa el muy gilipollas!
Otro, de los que habían contemplado la masacre de la que yo había sido víctima y José el perpetrador, invitó a los demás trogloditas a la cocina por más aperitivos. Casi agradecí ver la sala vacía, hasta que me percaté de que José seguía allí.
Desvié la mirada al suelo, consciente de mi sonrojo. —Te salió el tiro por la culata, ¿Eh, tío?

Me incorporé inmediatamente, dispuesto a irme, pero no sin antes soltarle en plena cara un par de cosas que me había estado guardando desde el comienzo de la noche.
Tomé aire y dije, lo más calmado que pude, pues no quería ser escuchado por los demás amigos de José —Lo intenté. Quise ser un chico normal.

Él no me tomó en serio, al contrario, volvió a reír tirando el mando al sofá —¿Y ahora me dirás que te emocionaste? Mayden, debes aprender a no apostarlo todo en un juego de fifa. En especial cuando tu adversario te ha ganado mil veces desde el sexto grado.

Se llevó las manos al estómago mientras se doblaba de risa. No pude evitar que esa despreocupación me contagiara y yo mismo terminé sonriendo medio disimulado, medio cabreado.
—Sólo— murmuré en el silencio que siguió a la tormenta —hazme el favor de conseguir un vestido no tan revelador ni tan ridículo... Por favor.

Los ojos de José chispearon antes de un renovado ataque de risa, eso me aseguraba que el día siguiente iba a ser un verdadero infierno y que esta misma risa, la que yo más amaba, sonaría de fondo hasta más allá del bendito suceso.

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—¿A que hora llegará el marica?— se quejó una de los trogloditas bostezando.

—Yo que sé, tío. Pregúntaselo a su noviesito, José.

—¡José!— lo sacudió torpemente el primero —hombre, que desde hace días estás colgao to'el rato. Ya hasta empiezo a creer que realmente hay algo entre ese niñato y tú.

El sacudido se quitó las garras del otro chico de encima de un par de manotazos mientras rompía la burbuja de fantasía que lo había mantenido feliz por unos segundos. —¿Ya comenzó el partido?

El segundo chico chasqueó la lengua y el otro se echó a reir. —¡Estamos en el medio tiempo, animal!

—¿Y Mayden?

—Ese mariquita no se ha dignado a aparecer, pa'mi que se echó para atrás a ultima hora.

—¡Seguro está en los vestidores con la cola entre las patas como el maricón que es!
José, disimuladamente y con el cuidado del mundo metió zancadilla al encargado de las bebidas, que pasó por encima suyo derramando más de cinco litros de refresco sobre los dos trogloditas. José, de pie, seco y satisfecho, se dirigió directo hacia el baño de los jugadores sin hacer caso de las vociferaciones de sus compañeros.

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Su puño se estrelló contra la pared una vez más, descargó su ira y frustración. La vergüenza que destilaba por cada poro era inigualable. Se miraba al espejo y otra vez se sentía estúpido. se puso en pie y arremetió en contra de la papelera de la esquina.
—Oye oye oye, deja en paz a la inocente papelera. No te ha hecho nada.

Mayden volteó al chico que estaba frente a él, con la rabia bordeando sus iris castañas —Cierto, gracias por decirlo. Olvidé que el culpable ¡eres tú!
Le dio un empujón y pasó de largo a él, quedándose al otro lado de la puerta. Le daba la espalda y se cruzaba de brazos, José rió ante esto. Mayden no podía verse amenazador como siempre, ni hacer el papel de fuckboy vestido así.

—¿Queréis escuchar una disculpa? Pues ahí va, perdóname por reírme de tu estupidez.

El menor se tensó completamente e hizo ademán de golpear al otro chico a su lado que simplemente se echó a reír.
—Vale, burlate de mi por intentarlo ¡por acerte caso! Por confiar en ti. Mira que maravillas me ha traído— aquí extendió los brazos y se paró frente a él con amargura —¿ves lo que tu mundo me ha hecho desde que me trajiste a él?

José pareció enternecerse porque no pudo mantenerle la mirada, pero no dejó de sonreír.
—Al contrario, Mayden. Mira, si haces esto provarás mucho, créeme.

—¿Ah, sí? ¿Qué probaré? ¿Lo bien que luzco éste estúpido disfraz?— volvió a retarlo con la mirada mientras se acerca a él con aire hostil. Aunque quizá ni él mismo creyó esto último porque rápidamente José lo vio desistir y dar un paso atrás.

—No seas gilipollas, esos trogloditas pueden ser más estúpidos que tú o yo, pero admiran algo: un hombre que cumple su palabra.

Mayden bajó la mirada, el vestido se fruncía de manera extraña en ciertos lugares de su cadera, obviamente que no estaba hecho para el cuerpo de un chico universitario.
José sonrió, está vez sin atisbo de bravuconería o burla de ningún tipo, sino con algo más de afecto.

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Una mirada al público le reveló que las graderías estaban llenas de universitarios y que, si no se equivocaba, el medio tiempo ya había acabado y la pelota estaba de nuevo en la cancha. Respiró hondo, enfocándose en la estupidez que estaba por cometer.
—Esto me costará la vida, tío...

Una mano en su hombro y un murmullo en su oído —¡Ve y brilla! No te detengas ¡solo ve y brilla! Que ellos vean la luz que hay en ti.
Y quizá si las risas hubiesen sido más fuertes y los abucheos más ofensivos, Mayden de igual forma no los hubiera oído con la melodía de esa voz repitiéndose una y otra y otra vez en su corazón.

Dos almas al filo del abismoWhere stories live. Discover now