2: Castigo A Dúo

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Algo tenía seguro y era que sus manos no estaban precisamente hechas para ser maltratadas de esa forma, para llenarse de suciedad por una broma estúpida.
Su compañero de castigo lo empujó levemente en el hombro con una sonrisa cómplice —Te doy permiso para molestarte conmigo, si eso te hace feliz, Mayden. Pero no consentiré que no aprecies la oportunidad que tienes delante.

El chico del flequillo le dedicó una mirada de displicencia mientras lo ignoraba, dándole la espalda y dirigiéndose hacia otro sector de la cancha de fútbol. No estaba realmente molesto con José, quizá era que nunca podría estarlo realmente, pero se sentía justificado para hacerle creer que lo odiaba.
—Pero no te permito que pases de mi— rió burlón arrojándole una bola de papel a la cabeza, errando por poco el tiro.

Mayden, con la bola en mano, se detiene en seco y le da la cara que antes se había negado a ofrecerle. José pierde inmediatamente su sonrisa.
—Si tus amigos estúpidos no me hubieran orillado a esto...

—¿Y que esperabas de los trogloditas, tío?— se burló, intentando volver las cosas a la agradable compañía de siempre que ahora estaba totalmente ausente. —Si en vez del vestido, hubieras puesto en juego tu hombría, tampoco habrían hecho...

Aquí se detuvo, por la mirada profunda y fría como el universo de su compañero y también por la bola de papel, que antes fue el proyectil de José y que ahora actuaba de improvisación de mordaza por parte de un irritado Mayden.
Se frotó las manos, como si hubiera sacado la basura normalmente, y sonriente, por fin, declaró —no estoy molesto contigo. Tú eres un idiota, pero...— su voz se hizo un murmullo y tuvo que bajar la mirada —Eres diferente a ellos.

José escupió la bola asqueado pero divertido, con cuidado de hacerlo en la bolsa de basura que sostenía su compañero. —Ya. No quiero que nos pongamos cursis— comentó con el típico aire incómodo de un chico que está acostumbrado a obviar todo el tema del cariño fraternal —pero me gustaría saber que es eso tan raro que me hace diferente.

El menor volteó hacia el otro lado de la cancha, evadiendo a tiempo que José viese el leve pero contundente rubor que coloreó sus mejillas.
Las siguientes palabras fueron más como reflexiones en voz alta que una respuesta concreta —Digamos que... Eres el menos idiota.

—Ah... Okay... Mmm... No terminé de entender eso. ¿Pero que más da? Me agrada que no estés molesto, de lo contrario, perdería a mi mejor ami.. ¡ostras! ¿Ya viste la hora? ¡Mira! Quedé con esos desequilibrados en el billar esta tarde, tío.

—Vale pues, tendrá que esperar. Porque el castigo acaba en veinticinco minutos. Y debo recalcar que por seguir hablando te falta gran parte del campo.

José hizo una mirada general hacia la mitad del campo que le correspondía con cierta frustración y hasta consternación. Pero luego subió sus gafas por encima del puente de su nariz al tiempo que una sonrisa de travesura se expandía en sus labios cual gato de Cheshire.
El menor comprendió inmediatamente y zanjó la situación con brazos cruzados —Ni siquiera pienses que voy a hacer tu parte.

—Nadie dijo que harías tal cosa— rió él sardónicamente —sino de escaparte conmigo. ¡Los chicos te adoran! Esta oportunidad de la que te estaba hablando hace rato, ¿no eras tú el que quería adaptarse a los demás?

Mayden frunció el ceño en disgusto —¡Pues que cosa! Si lo que obtuve de esa "Experiencia" fue su respeto, pues no valió la pena— alzó la bolsa de basura llena y la señaló al hablar —No sé qué pienses, pero esto no lo vale.

José le dio un golpe amistoso en el hombro, de esos que te hacen dar un paso hacia atrás —¡No digas gilipolleces, hombre! Mira, ya sé lo que haremos. La directora nos dio la llave del estadio ¿no?— Mayden no tuvo más remedio que asentir, derrotado —¡Pues ahí está! ¿A que hora vendrá a ver si hemos o no cumplido con el trabajo? ¿Eh? Mañana, a las diez. Ahora, quiero ver si te atreves a contradecirme.

El menor bajó la mirada ante esta lógica tan sólida e irrefutable. —Aún así...

—¡Nada! no tenía idea de lo gallina que llegabas a ser a veces, Mayden. Con razón estabas sólo antes de que yo te hablara y presentara a mis compañeros. ¡Andando, tío!

Mayden se llevó una mano a los ojos. La verdad es que no negaría que José Miguel podía no ser tan troglodita como sus amigos, pero lo era mucho más que él y eso era suficiente.
El problema era que lo que tenía de estúpido lo tenía de igual manera de genialidad. Y esta compensación fue lo que atrajo a Mayden, primero con curiosidad y envidia, luego con cierta admiración para más tarde transfigurarse en... En esta maraña de sentimientos encontrados que sólo existían una vez en la vida, como cuando el sol iluminaba esos ojos marrones llenos de vitalidad y rebeldía. En esas ocasiones en las que su mano sobre su hombro era todo el apoyo que su mente y alma necesitaban para arrancar la carrera. Cuando su musical risa llenaba las circunstancias más extrañas.

Y, graciosamente, esto trascendía más allá de un simple afecto fraternal. Porque no era de amigos lo que sentía cuando su brazo envolvía sus hombros. Ni mucho menos. Quizá por eso había accedido a ir a su casa para jugar unas partiditas de fifa con los trogloditas. Pero claro, la emoción se le había salido de las manos.
—¿Entonces?

Mayden recogió la última basura que le correspondía en su lado del campo. Si la directora les echaba la bronca, lo haría con José.
—Solo espero que no te de por beber demasiado.

—¡Ostras! ¿Por quien me tomas?— se hizo el ofendido mientras reía cerrando el portón tras de ellos. —¿por uno de los otros trogloditas?

—Por Sikuloider— se animó a sonreír —El jefe de los otros trogloditas.

Él se detuvo en seco y le dedicó una mirada complice acompañado de un teatral gesto —Pues esta noche seré José, tu mejor amigo.

Dos almas al filo del abismoWhere stories live. Discover now