Año nuevo... ¿Vida nueva?

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'¿Por qué diablos me dejé convencer?', pensó disgustada Elizabeth mientras terminaba de arreglarse para ir a la fiesta. No estaba de ánimo para celebraciones, de hecho, no estaba de ánimo para nada desde hacía meses, tres meses y 19 días para ser exactos, ese era el tiempo que había pasado desde que tuvo esa horrible discusión con William Darcy en Kent. Tres meses y 19 días en los que había llorado, mucho, había puesto en duda todas y cada una de sus opiniones sobre Darcy, Wickham, Bingley y hasta sobre su propia hermana Jane, días en los que se había reprochado por haberlo juzgado tan mal y, sobre todo, días en los que, final y dolorosamente, había comprendido que lo amaba con todo su corazón. Y ahora lo había perdido. 'No pienses más en eso Elizabeth, lo arruinaste, ya está. Ahora, a seguir adelante. Año nuevo, vida nueva', se dijo y con un último vistazo a su imagen en el espejo se puso el abrigo y salió del departamento.

Ese 31 de diciembre en Londres estaba frío y desapacible, como su corazón, había nevado todo el día, las calles estaban casi intransitables y el tráfico era imposible así que, a pesar de sus zapatos de taco alto, se decidió a viajar en metro. Todavía era temprano. Se sentía un poco tonta viajando en el metro con ropa tan elegante pero cuando bajó a la estación vio que no era la única y se sintió un poco mejor. 'Bendito sea el Tube!'. Llevaba un vestido largo de satén azul oscuro, peep toes de glitter también azules, un clutch color plata, una chalina de cachemira gris y su tapado negro de paño de Burberry. Todo, excepto el tapado (que le había costado una fortuna pero era un clásico y no se arrepentía de haberlo comprado) se lo había prestado su amiga Emma Woodhouse, la misma que la había invitado a esta exclusivísima fiesta en la casa de uno de sus amigos de la alta sociedad, esos que siempre le quería presentar y que Elizabeth siempre evitaba conocer.

Pocos después bajó en la estación Bond Street y caminó unas pocas cuadras hasta la casa donde se hacía la fiesta en Grosvenor Square. Si no hubiera estado tan ocupada evitando caer al suelo resbaladizo gracias a sus traicioneros tacos de 7 centímetros habría podido admirar las bellas casas de Mayfair, uno de los barrios más exclusivos de la ciudad. Se detuvo frente al número 44 y dudó por un momento, esa era la dirección de la invitación, pero más que un hogar parecía una embajada o algo así. '¿Quién demonios vive hoy en un lugar así?' Era un típico edificio georgiano adornado con esbeltas columnas corintias que recorrían su fachada desde el basamento hasta la mansarda, tenía seis pisos y unos veinte metros de frente. Era impresionante.

Respiró profundo, enderezó los hombros y llamó a la puerta. Menos de un minuto después la puerta se abrió y un hombre vestido de negro, alguien del servicio seguramente, tomó su abrigo y su chalina y la invitó a pasar. Caminando a través del vestíbulo llegó a un gran hall de doble altura rodeado por una imponente escalera en cuyo centro había un bellísimo árbol de navidad, totalmente adornado en oro y plata. A ambos lados del hall había salones rebosantes de gente joven y elegante. Estaba mirando estupefacta la belleza de la casa cuando escuchó que alguien la llamaba.

"Lizzie!", era Emma que caminaba hacia ella. Estaba preciosa enfundada en un vestido largo color dorado pálido que resaltaba su esbelta figura y su cabello rubio. "Qué bueno que llegaste", le dijo cuando estuvieron juntas y tomando su mano la hizo dar una vuelta para observarla bien. "Sabía que este vestido era ideal para ti. Te ves sensacional. Ven, te presentaré algunas personas."

Sin soltar su mano la llevó a través de los distintos salones presentándole algunas personas aquí y allá. Elizabeth conocía alguna de esas personas por haberlas visto antes en casa de Emma y pronto olvidó toda su aprensión y comenzó a disfrutar la fiesta. La casa era increíble, el ambiente relajado y divertido, la comida deliciosa y la bebida también.

"Gracias por haberme insistido Emma, lo estoy pasando muy bien", le dijo después de un rato.

"Me alegro Lizzie, te veías tan triste últimamente!", le dijo con cariño. "Además jamás hubiera permitido que pasaras sola fin de año ya que no pudiste volver a casa con tu familia. Lo único que lamento es que aún no hayas podido conocer a los anfitriones, te encantarían. Oh, ahí está Gina! Siempre escondiéndose en algún rincón. Ven, vamos a saludarla."

Cuentos que no son cuentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora