Capítulo 1

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-Vamos, imbécil, hazlo de una vez. – Insistió Adam con impaciencia a algunos metros de distancia. Luego, volvió a mirar a ambos lados disimuladamente, y retomó su pose de simple alumno relajado, fumando un cigarrillo en el estacionamiento del instituto.

   ¿Acaso creía que se veía inocente?

   Pues claro que era fácil para él decirlo, si era Doyle el pobre infeliz que estaba a punto de cometer el acto más estúpido en la historia de la humanidad.

-Hermano, ¿Estás seguro…? – Comenzó a decir el muchacho, llevando la mirada a la lata de aerosol que llevaba en la mano.

-Demonios, Doyle. ¡Hazlo!

   Maldiciendo a su amigo por dentro, tomó una gran bocanada de aire y comenzó a trabajar.

   Varias veces se había preguntado por qué hacía todo lo que Adam le pidiese. Sin embargo, la respuesta siempre era la misma: Era un gordo bueno para nada.

   ¿Cómo negarle algo a aquél chico? Había algo en su manera de ser que le daba a uno terror. Terror de hacerlo enfadar. Terror de decepcionarlo y perder su amistad. Simplemente no podía arriesgarse a hacer las cosas mal con una persona como él.

   Además, ¿Qué sería de su vida sin Adam? Había dedicado cada segundo de su adolescencia a perseguir a su mejor amigo por todos lados, apoyándolo y resguardándolo cada vez que este lo necesitase. ¿Qué sería de él si no tuviese a alguien a quién perseguir?

-Dibújale una carita. – Le soltó el moreno con una carcajada de maldad.

-Demonios, Adam. ¿Acaso nunca has visto un pene? ¡No tienen cara, hermano!

-Solo dibújale una puta cara, Doyle. – Insistió.

   El muchacho gruñó por dentro, y con suma precisión dibujó una carita sonriente en la glande del miembro. Luego, se alejó un poco y admiró su obra de arte.

   Bien, debía admitirlo, la cara sí le daba un toque muy especial.

-¡¿Pero qué…?! – Aulló una voz masculina a varios metros de donde estaban ellos. - ¡ESE ES MI PUTO AUTO!

-Corre, Doyle. ¡Corre por tu vida, viejo! – Le gritó su amigo entre risas mientras salía disparado en dirección contraria al director Harris, quién venía trotando con llamas brotándole de los ojos y expresión de que estaba a punto de asesinar a alguien.

-¡Mierda puta! – Soltó y, con el corazón latiéndole a mil por hora, salió corriendo lo más rápido que pudo detrás de Adam.

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-Adeline. – La llamó su madre desde la cocina al tiempo que la muchacha cruzaba la puerta de entrada de la casa en dirección al instituto.

   Con un movimiento rápido, se quitó el mechón de cabello blanco que le había caído sobre el rostro con la mano y lo dejó caer al azar sobre la coleta enmarañada que había intentado hacerse apenas levantarse de la cama.

-¡Adeline! – La volvió a llamar la mujer. – Demonios, te estoy hablando.

-¿Qué? – Pronunció con cansancio, aún sosteniendo la puerta abierta de la casa con una mano.

-Son las diez de la mañana. ¿Cómo es que recién te despiertas?

-Mierda, mamá. Déjame en paz.

   La muchacha de cabello blanco salió por la puerta dando un portazo y comenzó a caminar a paso rápido en dirección al instituto. A lo lejos oyó los gritos de su madre llamándola, pero ni siquiera volteó. Tomó sus auriculares y se los metió en los oídos. Luego, miró el extremo metálico del cable que sostenía en la mano, dubitativa, y lo introdujo en su bolsillo, desconectado.

   Quizá fuese estúpido, pero hacer aquello le facilitaba mucho la vida a Adeline. De aquella manera evitaba que las personas le hablaran o hicieran preguntas. Así, tenía una excusa para ignorar a los demás todo lo posible.

-¡Tienes que correr más rápido, amigo! – Oyó a alguien decir.

-¡Adam estoy muy jodidamente gordo para esta mierda! – Contestó el otro muchacho al tiempo que salían disparados desde la curva en la que ella estaba a punto de doblar para llegar al instituto.

   El chico moreno llamado Adam corría varios metros delante de su amigo con una enorme sonrisa en el rostro. Al ver a la muchacha, sus ojos se abrieron como platos y frenó abruptamente.

-Adeline. – Dijo con la respiración entrecortada.

   Detrás de él llegó Doyle en el estado de una persona que acababa de correr una maratón de cuarenta kilómetros y, al igual que su amigo, se quedó petrificado al verla.

-Eh…Adeline. Hola, ¿Qué…? ¿Cómo…? Digo, ¿Cómo estás? – Balbuceó el chico, recorriéndola con la mirada de arriba abajo como si hubiese visto a Madonna en el medio de la calle.

-¿Por qué corren? – Preguntó con poco interés.

   Antes de que ninguno de los dos tuviese tiempo de responder, el hombre canoso que los había estado persiguiendo salió por la curva con expresión de furia en el rostro.

-¡Vengan aquí, ya mismo!

-¡Mierda! – Gritó Adam al tiempo que salía disparado nuevamente por donde ella había venido minutos atrás. – Adiós, Adeline.

-Oh, por favor… - Dijo su amigo, poniendo los ojos en blanco y soltando aire con ironía. – Adiós, Adeline. Ten un lindo día.

   La muchacha lo vio salir corriendo con expresión de dolor mientras jadeaba más de lo que debería, y luego vio pasar frente a ella al director Harris, que pareció apenas notarla.

   Suspiró y continuó caminando. ¿Qué le habrían hecho al pobre hombre aquella vez? ¿Llenar su oficina de estiércol? ¿Secuestrar a su gato y amenazar con raparlo?

   De repente, su teléfono comenzó a vibrar dentro de su bolsillo. Lo tomó y leyó el nombre que aparecía en la pantalla e, inesperadamente, sonrió.

-Darly. – Dijo apenas atender.

-Hola guapa. – La saludó su amiga. - ¿Cómo es que estás despierta? Pensé que no vendrías al instituto en todo el día.

-Ese era el plan. – Contestó con amargura. – Luego recordé que si me quedaba en casa, tendría que soportar a mi madre.

-Ya deja de estar tan amargada, te saldrán arruguitas. – Comentó con una risa de niña pequeña. – Oye, ¿Estás viniendo, entonces?

-Sí, estoy a punto de llegar. ¿Dónde están?

-Estamos bajo el árbol. Apúrate, que va a terminar el receso.

-Bien, adiós. – Dijo, y colgó el teléfono.

McWayWhere stories live. Discover now