Ciudad de noche

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Viento susurrante, que camina a través de  nubes cavilantes, amenazaban contra aquel caminante. Con la mano roída, junto con aquel cuerpo muerto que le daba la bienvenida, entró rápido a su guarida.

‹‹Largúemonos››, gritó en su interior.

La puerta del air car se cerró de improvisto de arriba abajo y cualquiera que la escuchase hubiera salpicado de temor.

Pero para aquella ciudad, en donde sus habitantes reparaban en ninguno, aquel hombre era uno más. Su existencia era vacua, tal cual los arrabales que se mostraban con dignidad.

Gente pidiendo limosna al pie del puente de Mijas era una más. Obreros explotados, a cambio de aceptar un plato de comida, cruzaban la autopista A-7 para dirigirse al bar. Prostitutas clandestinas se mostraban junto al polígono en su sensual caminar. Lujosos edificios con letreros de neón surcaban por lo alto para ver quién llegaba a más. Barcos de neón tambaleantes, llenos de traficantes, escapaban de la guardia de alta mar.

La estratégica zona de La Costa del Sol, antigua joya del Mar Mediterráneo, ahora se negaba a mostrarse en su esplendor. Solo edificios que maquillaban mafias de drogas, sexo y prostitución continuaban su ejecución. Por su arquitectura triangular recordaban a un antiguo casino de Las Vegas. Por más que aquellos competían por ver quién brillaba más, a través de sus diferentes carteles de neón hipócritas, superficiales, inhumanos, las nubes les recordaban su verdad. 

Grises, sombrías, condensadas; decidieron de nuevo llorar. Cuando sus lágrimas cayeron contra él, aún a pesar de estar dentro de su air car, se convirtieron en más.

‹‹¡Maldito semáforo!››, gritó al tiempo que tamborileaba el volante.

La voz computarizada del tablero de conductor le indicaba que estaba cerca a su destino. Pero, cualquier pausa le hacía perder su cordura.

Desesperado, digitó un par de teclas en aquel. Frente a él una pantalla holográfica le preguntaba qué quería hacer.

—¡Subir la temperatura! ¡Subir la temperatura! ¡SUBIR LA TEMPERATURA! —Siguió digitando las opciones para el aire acondicionado configurar.

Varios números subían y se movían.

Aunque la pantalla le mostraba 23°C, esto en su piel no se percibía.

Cuando el semáforo la luz cambió, su corazón se desbocó.

No sabía qué pensar. Menos qué hacer. Solo proceder.

Subir y bajar. Virar y avanzar. Solo acelerar.

Aguantar. Actuar. Continuar.

—Señor, ¿me la compra? —Oyó que alguien le hablaba al obligarse a de nuevo detenerse por el semáforo.

Un vendedor con ropas raídas, gafas de sol y cuyo pelo parecía un rastrillo, tocó con insistencia su parabrisas.

Él lo observó sonriente. Su respiración, en cambio, se aceleró ampliamente.

—Quizá usted tiene una hija a la que le pueda interesar esta muñeca y...

—¡Déjenme en paz! —gritó y apretó el acelerador desesperado.

Hubiera chocado o atropellado, de no ser porque el semáforo fue su aliado. Como si cruelmente se quisiera sincronizar con su accionar, cambió de luz en ese instante. Pero, aún con esa pequeña tregua dada por el creador, él no supo aprovecharla a su favor.

Aquella muñeca inerte se cayó del asiento trasero cuando hizo una maniobra brusca en la A-355 al entrar a Ojén. Su cuerpo se enfrió, su corazón se aceleró, su piel tembló.

—¡Déjame en paz! ¡Déjame en paz! ¡DÉJAME EN PAZ! —exclamó cuando pasó a un coche en una maniobra atrevida.

Tres kilómetros para llegar a Monda. Dos barras en su indicador de gas air. Un último grito antes de enloquecer.

—Por favor, ¡ahora no! ¡Ahora no! ¡AHORA NO! —El coche se detenía.

Quedaba poco para su destino, pero parecía que su aliado no era su sino.

La ciudad se exhibía. La noche seguía. Y él desfallecía. 

Muñeca [COMPLETA]Where stories live. Discover now